sábado, 13 de enero de 2018

El problema de la profecía cristiana (5)

Continuamos con algunas reflexiones sobre la profecía en Joseph Ratzinger (cfr. la entrevista que el Cardenal J. Ratzinger concedió a Niels Christian Hvidt sobre “El problema de la profecía cristiana” del 16 de marzo de 1988 (ver entrevista) y en los mensajes recibidos por Marga (cfr. el sitio de la VDCJ).


Antes de seguir con la entrevista hecha a J. Ratzinger en 1988, vamos a reproducir un texto del último libro escrito por Marga, es decir, del tomo IV de sus “Dictados”, que lleva por título “La Verdadera Devoción al Corazón de Jesús. Características y promesas”.

En la página 22 de ese libro continúan las características de la VDCJ (Verdadera Devoción al Corazón de Jesús). La primera es “una mística para nuestro tiempo” (ver post anterior). La segunda es la sencillez y la humildad. Veamos lo que dice el Señor a Marga [las negritas son nuestras y también lo que está entre paréntesis cuadrados]:  

“Qué más darán los aspectos físicos externos, lo extraordinario o no extraordinario que sea visible”. Dios actúa en lo invisible, y qué más mayormente actúa que en la Eucaristía y qué poco se ve, qué poco se nota al exterior. Más bien lo que se ve y se nota al exterior es un trozo de pan que metemos en la boca.  (p. 16).
Por eso, los que buscan tantas manifestaciones extraordinarias, externas y grandilocuentes, qué poco me encuentran. Y qué poco les gustar la Eucaristía, ese lugar que aparentemente no parece nada, no dice nada y que ocurren tan pocas cosas ahí. 
Porque buscan algo grande, y Yo me hago encontrar en lo pequeño.
Por eso, una segunda característica que viven esta Devoción es la humildad y la sencillez. Almas que no me buscan en lo extraordinario sino en lo ordinario. Almas que no se van detrás de todas la manifestaciones externas y actuales, que son muchas y abundan, y copan vuestra imaginación, os llaman y os despistan de la Fuente. Almas que van a lo esencial. Van al Sacramento de los Sacramentos, del que dependen los demás Sacramentos.
Con esta humildad y sencillez, Yo puedo manifestarme, porque Dios revela sus cosas a los sencillos, a los sencillos de corazón, y evita a los soberbios y orgullosos” (pp. 22 y 23).     

Estas almas tienen su reflejo en el Corazón de María. Hay que empezar por la Virgen, para vivir este Camino. En su Corazón se lleva a cabo la conversión y la purificación del nuestro. Ella nos prepara para el sacrificio final. Esta purificación vendrá por el hecho de haber aceptado la Cruz, sin miedo. Esta es la tercera característica de la VDCJ. Y la cuarta es la alegría, que va unida a la aceptación de la Cruz. Es mirar al futuro siempre con esperanza, con ilusión, con optimismo.    
Hasta aquí lo referente al papel profético de los libros de la VDCJ.

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Lo que sigue es la continuación de la entrevista al Cardenal J.  Ratzinger. Las negritas y lo que está entre paréntesis cuadrados [ ] es nuestro.

Pregunta: En el Credo se dice de Espíritu Santo que «ha hablado por medio de los profetas». La pregunta es: ¿los profetas aquí mencionados son sólo los del Antiguo Testamento, o se refiere también a los del Nuevo Testamento?

Cardenal Ratzinger: Para responder a esta pregunta sería necesario estudiar a fondo la historia del Credo de Nicea. Indudablemente, aquí se trata sólo de los profetas del Antiguo Testamento (vea el uso del tiempo pasado: «ha hablado») y, en consecuencia, la dimensión pneumatológica de la revelación se pone fuertemente en evidencia. El Espíritu Santo precede a Cristo para prepararle el camino, para introducir después a todos los hombres en la verdad. Existen varios tipos de simbolismo en el que esta dimensión se pone fuertemente de relieve. En la tradición de la Iglesia oriental, los profetas son considerados como una obra de preparación del Espíritu Santo que habla ya antes de Cristo y que habla a través de los profetas. Estoy convencido que el acento primario está puesto en el hecho que el Espíritu Santo es el que abre la puerta para que Cristo pueda ser escuchado «ex Spiritu Sancto». Lo que ha acontecido en María por obra del Espíritu Santo (ex Spiritu Sancto) es un acontecimiento preparado cuidadosamente y desde lejos. María recoge en sí toda la profecía del Antiguo Testamento al concebir a Cristo «ex Spiritu Sancto».

Para mí esto no excluye que se podría continuar en nuestra perspectiva, diciendo que Cristo sigue siendo concebido «ex Spiritu Sancto». Parece claro que el evangelista san Lucas, con justa razón, había puesto en paralelo el relato de la infancia de Jesús en su Evangelio, con el nacimiento de la Iglesia en el segundo capítulo de los Hechos de los apóstoles. En los doce apóstoles, reunidos en torno a María, se produce una «Concepitio ex Spiritu Sancto» que se actualiza en el nacimiento de la Iglesia. Para finalizar, se puede decir que si también el texto del Credo se refiere sólo a los profetas del Antiguo Testamento, esto no significa que la acción del Espíritu Santo se pueda declarar concluida con esto.

Pregunta: Muchas veces, san Juan Bautista es designado como el último de los profetas. Según usted, ¿cómo hay que entender esta afirmación?

Cardenal Ratzinger: Pienso que hay muchas razones y contenidos en esta afirmación. Uno de estos es la palabra misma de Jesús: «la Ley y todos los Profetas han profetizado hasta Juan», luego de lo cual llega el Reino de Dios. Aquí es Jesús mismo quien declara que Juan representa el fin del Antiguo Testamento y que después vendrá alguno más pequeño en apariencia, pero más grande en el Reino de Dios, es decir, Jesús mismo. De este modo, el Bautista se enmarca todavía en el Antiguo Testamento y sin embargo abre una Nueva Alianza. En este sentido, el Bautista es el último de los profetas. Éste es también el justo sentido del término: Juan es el último antes de Cristo, aquél que recoge la antorcha de todo el movimiento profético y lo deposita en las manos de Cristo. Él concluye la obra de los profetas, porque indica la esperanza del pueblo de Israel: el Mesías, es decir, Jesús. Es importante precisar que él mismo no anuncia nada en lo que se refiere al porvenir, sino que se mantiene solamente como uno que llama a la conversión y que renueva y actualiza la promesa mesiánica de la Antigua Alianza. Del Mesías dice: «En medio de vosotros está uno que no conocéis». Aunque en este anuncio hay una predicción, Juan Bautista permanece fiel al modelo profético que no es el de predecir el porvenir, sino de anunciar que es tiempo de convertirse. El mensaje del Bautista es el de invitar al pueblo de Israel a mirar dentro de sí y a convertirse para poder reconocer, en la hora de la salvación, a Aquél a quien Israel ha esperado siempre y que ahora está presente. En este sentido, Juan personifica al último de los profetas y a la economía específica de la esperanza de la Antigua Alianza. Aquello que vendrá después será otro tipo de profecía. Por eso el Bautista puede ser llamado el último de los profetas del Antiguo Testamento. Sin embargo, esto no significa que después de él terminará la profecía. Esto estaría en contradicción con la enseñanza de san Pablo, quien dice en su Primera epístola a los tesalonicenses: «no apaguéis el Espíritu, no despreciéis las profecías».

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