sábado, 14 de enero de 2017

El Bautismo del Señor en el Jordán

Esta semana, hemos comenzado el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. En algunos países ya hemos celebrado, el lunes pasado, la Fiesta del Bautismo del Señor que, normalmente se celebra el domingo siguiente a la Solemnidad de la Epifanía. En otros países se celebrará mañana.

 

De cualquier manera, los textos de la Liturgia de la Palabra, en ambos casos, nos dirigen hacia la contemplación de Jesucristo el día de su Bautismo en el Jordán.  

El Señor, después de haber vivido unos 30 años en Nazaret, hacia el mes de enero del año 27, según algunos exégetas, hace el largo viaje (de unos 100 kilómetros) desde Nazaret hasta cerca de Jericó, donde  estaba bautizando Juan.

Los expertos en la Sagrada Escritura afirman que ese año era un año jubilar o sabático de los grandes, es decir, de los que se celebraban cada 49 o 50 años. Muchos galileos, como también de otros lugares de Palestina, habían acudido a recibir el bautismo de penitencia que predicaba Juan.

¿Qué decía Juan? Que era necesaria la conversión, el cambio interior, porque estaba cerca la aparición de quien no sólo bautizaría con agua, sino que lo haría con el Espíritu Santo y con fuego.

La misión de Juan era preparar los caminos del Señor, enderezar sus sendas, allanar los valles… En definitiva, ayudar a que los hombres de esa época estuvieran bien dispuestos a recibirlo.

Jesús, como observa el Papa Benedicto XVI, se pone en la “cola de los pecadores” para recibir el bautismo de Juan. Desea ser uno más. Se mezcla con la multitud de los penitentes, siendo el Cordero inocente y sin mancha.

Algunos galileos se habían unido al Bautista para tomarlo como maestro y escuchar su palabra de conversión. Entre ellos estaban quienes serían los primeros seis discípulos de Jesús: Pedro, Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Bartolomé.

Jesús desea comenzar su vida pública con su Bautismo en el Jordán. Juan, que era su pariente, lo reconoce y, al principio, se resiste a bautizarlo. Pero Jesús le pide que lo haga, porque ese era el designio de su Padre.

El Bautismo del Señor es el comienzo de su “subida” a Jerusalén: “con un bautismo tengo que ser bautizado y cómo está mi alma en prensa hasta que se cumpla” (Lc 12, 50). Es el bautismo de su Pasión y Muerte en la Cruz para salvación de los hombres.

Por eso, muchas representaciones primitivas representan ese momento poniendo a Jesús debajo del agua del Jordán, como en un sepulcro.

El Señor, con su Bautismo dio al agua el poder de ser elemento de salvación, signo que unido a la invocación de la Trinidad, será el sacramento de la regeneración y unión con Cristo, Puerta de los demás sacramentos.

Efectivamente, en el Segundo Misterio luminoso del Rosario meditamos la teofanía que tuvo lugar, cuando se abrieron los cielos, se escuchó la voz del Padre y se posó sobre el Señor el Espíritu Santo en forma de paloma: “Este es mi Hijo muy amado en quien me he complacido” (Mt 3, 17).       

¿Qué fruto podemos sacar hoy de esta reflexión sobre el Bautismo del Señor?

En primer lugar, agradecerle que nos haya hecho partícipes de su Bautismo, a través del nuestro. Ese día comenzamos a ser propiamente hijos de Dios. Ese día la Santísima Trinidad comenzó a inhabitar en nuestra alma. Ese día recibimos la semilla de las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. ¡Qué gran día el de nuestro bautismo!

Además, podemos pedirle a Jesús que nos de su gracia para buscar todos los días la conversión personal, con un espíritu de penitencia cada vez más decidido, para luchar contra el pecado y avanzar con generosidad por el camino de la santidad.

Por último, también podemos proponernos unirnos al Señor y a los primeros apóstoles, en el comienzo de su vida pública, para ser también nosotros apóstoles, evangelizadores de su Palabra, con nuestra oración, nuestro ejemplo y nuestra caridad fraterna con quienes están más cerca y con todos nuestros hermanos.

María, la Madre del Señor, permanecía en Nazaret, pero espiritualmente estaba siempre junto a su Hijo. Ella nos enseñará a contemplar cada día el Segundo Misterio luminoso del Rosario con más fervor y agradecimiento.   




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