sábado, 28 de noviembre de 2015

La Divina Misericordia en Santa Faustina Kowalska (1)

Reproducimos ahora algunos textos del Diario de Santa Faustina Kowalska, en los que aparece la expresión “Divina Misericordia”. Es una selección que nos ayudará a comprender mejor la primacía de la Misericordia de Dios, en el Año Santo de la Misericordia.

Castillo medieval en Polonia

— Jesús me ordena celebrar la Fiesta de la Divina Misericordia el primer domingo después de la Pascua de Resurrección por el recogimiento interior y por mortificación exterior. Durante tres horas llevé un cinturón [de hierro], orando incesantemente por los pecadores y para obtener misericordia para el mundo entero; y Jesús me dijo: Hoy Mi mirada se posa con complacencia sobre esta casa (Diario de Santa Faustina, n. 280).

— 1934. Jueves Santo. Jesús me dijo: Deseo que te ofrezcas como víctima por los pecadores y, especialmente, por las almas que han perdido la esperanza en la Divina Misericordia (Diario de Santa Faustina, n. 308).

— Dios y las almas – acto de ofrecimiento. Ante el cielo y la tierra, ante todos los coros de los ángeles, ante la Santísima Virgen María, ante todas las Potencias Celestes declaro a Dios, Uno y Trino, que hoy en unión con Jesucristo, Redentor de las almas, me ofrezco voluntariamente como víctima por la conversión de los pecadores y especialmente por las almas que han perdido la esperanza en la Divina Misericordia. Este ofrecimiento consiste en que tomo [con] la total sumisión a la voluntad de dios, todos los sufrimientos, y los temores, y los miedos que llenan a los pecadores y en cambio les cedo todas las consolaciones que tengo en el alma, que provienen de mi comunión con Dios. En una palabra, les ofrezco todo: las Santas Misas, las Santas Comuniones, las penitencias, las mortificaciones, las plegarias. No temo los golpes, los golpes de la Justicia de Dios, porque estoy unida a Jesús. Oh Dios mío, con esto deseo compensarte por las almas que no confían en Tu bondad. Contra toda [la esperanza] confío en el mar de Tu misericordia. Oh Señor y Dios mío, mi destino… mi destino para la eternidad, no pronuncio este acto de ofrecimiento basándome en mis propias fuerzas, sino en el poder que deriva de los méritos de Jesucristo. Este acto de ofrecimiento lo repetiré todos los días con la siguiente plegaria que Tú Mismo me enseñaste, oh Jesús: Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, como Fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío” (Diario de Santa Faustina, n. 309).

— 9 VIII 1934. La adoración nocturna del jueves [En la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia había la costumbre de que todas las hermanas sanas, cada jueves, de nueve a diez de la noche, hacían la adoración reparadora, “la Hora Santa”. En los jueves que precedían el primer viernes del mes, la adoración duraba toda la noche, pero las hermanas hacían turnos de una hora]. Hice la adoración desde las once hasta las doce. Hice esta adoración por la conversión de los pecadores empedernidos y especialmente por los que perdieron la esperanza en la Divina Misericordia. Meditaba sobre lo mucho que Dios sufrió y lo grande que es el amor que nos mostró, y nosotros no creemos que Dios nos ama tanto. Oh Jesús, ¿Quién lo comprenderá? ¡Qué dolor para nuestro Salvador! Y ¿Cómo puede convencernos de su amor si [su] muerte no llega a convencernos? Invité a todo el cielo a que se uniera a mí para compensar al Señor la ingratitud de ciertas almas (Diario de Santa Faustina, n. 319).

— Oh Santa Hostia, en la que está encerrado el testamento de la Divina Misericordia para nosotros y, especialmente para los pobres pecadores (Diario de Santa Faustina, n. 356).

— 26 IV. El viernes, cuando estaba en Ostra Brama durante las solemnidades en las cuales fue expuesta esta imagen, estuve presente en la homilía que dijo mi confesor [El Padre M. Sopocko]; la homilía fue sobre la Divina Misericordia, fue la primera de las que exigía el Señor Jesús desde hacía mucho tiempo. Cuando empezó a hablar de esta gran misericordia del Señor, la imagen tomó un aspecto vivo y los rayos penetraron en los corazones de las personas reunidas, pero no en grado igual, unos recibieron más y otros menos. Una gran alegría inundo mi alma viendo la gracia de Dios. Entonces oí estas palabras: Tú eres testigo de Mi misericordia, por los siglos estarás delante de Mi trono como un vivo testigo de Mi misericordia (Diario de Santa Faustina, n. 417).

— Cuando empezaron a preguntarme, callaba, porque no pude decir la verdad. Mi silencio incitó su curiosidad; redoblé mi vigilancia para no mentir ni decir la verdad, porque no tenía permiso. Entonces empezaron a mostrarme su descontento y reprocharme abiertamente: ¿Cómo es posible que la gente de fuera lo sepa y nosotras no? Empezaron diferentes juicios sobre mí. Sufrí mucho durante tres días, pero una extraña fuerza entró en mi alma. Me alegré de poder sufrir para Dios y para las almas que habían obtenido su misericordia en esos días. Al ver tantas almas que habían obtenido la misericordia de Dios en esos días, considero nada las fatigas y el sufrimiento aunque sean las más grandes y aunque duren hasta el fin del mundo, porque ellos tienen limite mientras las almas que se han convertido [son salvadas] de los tormentos que nunca tienen fin. Experimentaba un gran gozo viendo a otros que volvía a la fuente de la felicidad, al seno de la Divina Misericordia (Diario de Santa Faustina, n. 421).

— Oh Dios mío, aún en los castigos con que hieres la tierra veo el abismo de Tu misericordia, porque castigándonos aquí en la tierra, nos liberas del castigo eterno. Alégrense, todas las criaturas, porque están más cerca de Dios en su infinita misericordia que el niño recién nacido del corazón de su madre. Oh Dios, que eres la Piedad misma para los más grandes pecadores arrepentidos sinceramente; cuanto más grande es el pecador, tanto mayor es el derecho que tiene a la Divina Misericordia (Diario de Santa Faustina, n. 423).

— Pero yo no me dormí en absoluto, mi mente estaba cansada de lo que empecé a meditar sobre lo que había visto. Oh, almas humanas, conocen la verdad muy tarde. Oh, abismo de la Divina Misericordia, derrámate lo antes posible sobre el mundo entero, según lo que Tú Mismo has dicho (Diario de Santa Faustina, n. 428).

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Si bien no hay registros de que se hayan conocido personalmente (aunque él pasaba por la puerta del convento en Cracovia) San Juan Pablo II dijo que si se pudiera resumir su pontificado en pocas palabras, escogería “Divina Misericordia” y él fue quien encendió la llama/chispa de la Divina Misericordia en Cracovia diciendo que con esto se cumplía la profecía de Jesús que revela Santa Faustina:

— Mientras rezaba por Polonia, oí estas palabras: He amado a Polonia de modo especial y si obedece Mi voluntad, la enalteceré en poder y en santidad. De ella saldrá una chispa que preparará el mundo para Mi última venida (Diario de Santa Faustina, n. 1732).



sábado, 21 de noviembre de 2015

La Cruz de Cristo revela el poder de Dios

Al inaugurar el año paulino (28-VI-2008) en la Basílica de San Pablo, en Roma, Benedicto XVI expresaba con fuerza lo que significa la Misericordia de Dios en la vida del Apóstol de las gentes. En definitiva se trata del encuentro personal con Cristo Resucitado y con el misterio de su Cruz.



En sus escritos utiliza más las palabras “fe”, “verdad” y “amor”, relacionadas entre sí; y no tanto la palabra “misericordia”. Veamos un texto de esa homilía:

“En la carta a los Gálatas nos dio una profesión de fe muy personal, en la que abre su corazón ante los lectores de todos los tiempos y revela cuál es la motivación más íntima de su vida. "Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Todo lo que hace san Pablo parte de este centro. Su fe es la experiencia de ser amado por Jesucristo de un modo totalmente personal; es la conciencia de que Cristo no afrontó la muerte por algo anónimo, sino por amor a él -a san Pablo-, y que, como Resucitado, lo sigue amando, es decir, que Cristo se entregó por él. Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. Su fe no es una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Y así esta misma fe es amor a Jesucristo”.  

Cuando reflexiona sobre la conversión de San Pablo, camino a Damasco (Catequesis del 3-IX-2008), Benedicto XVI explica cómo el cambio profundo que sufrió el apóstol no fue producido por una especie de proceso psicológico, sino resultado del encuentro sorpresivo e inesperado con Jesús:

“Sólo el acontecimiento, el encuentro fuerte con Cristo, es la clave para entender lo que sucedió: muerte y resurrección, renovación por parte de Aquel que se había revelado y había hablado con él. En este sentido más profundo podemos y debemos hablar de conversión. Este encuentro es una renovación real que cambió todos sus parámetros. Ahora puede decir que lo que para él antes era esencial y fundamental, ahora se ha convertido en "basura"; ya no es "ganancia" sino pérdida, porque ahora cuenta sólo la vida en Cristo”.

Y el Papa concluye con un consejo para nosotros, que ahora nos puede ayudar a aprovechar la gracia del Año de la Misericordia, para convertirnos en profundidad:

“También nosotros podemos encontrarnos con Cristo en la lectura de la sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado nos convertimos realmente en cristianos. Así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad. Por tanto oremos al Señor para que nos ilumine, para que nos conceda en nuestro mundo el encuentro con su presencia y para que así nos dé una fe viva, un corazón abierto, una gran caridad con todos, capaz de renovar el mundo”.

Más adelante, al hablar de la “Teología de la Cruz” en San Pablo (Catequesis del 29-X-2008), Benedicto XVI viene a concluir que la Cruz de Cristo, a la que el apóstol estuvo unido tan estrechamente, es la manifestación del Amor gratuito y misericordioso del Señor.

“Para san Pablo —dice el Papa— la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol”.

Pero, ¿por qué san Pablo hace de la palabra de la Cruz el centro de su predicación?

El Papa dice: “La respuesta no es difícil: la cruz revela "el poder de Dios" (cf. 1Co 1, 24), que es diferente del poder humano, pues revela su amor: "La necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 1, 25). Nosotros, a siglos de distancia de san Pablo, vemos que en la historia ha vencido la cruz y no la sabiduría que se opone a la cruz. El Crucificado es sabiduría, porque manifiesta de verdad quién es Dios, es decir, poder de amor que llega hasta la cruz para salvar al hombre. Dios se sirve de modos e instrumentos que a nosotros, a primera vista, nos parecen sólo debilidad”.

Por lo tanto, en el Año de la Misericordia, a punto de comenzar,  habrá que tener muy presente la Cruz de Cristo, en la que se manifiesta su Amor y su Misericordia, para amarla cada día más y para estar más estrechamente unidos a Ella.  

sábado, 14 de noviembre de 2015

Contemplar la Misericordia de Dios en Cristo

En 1980, el año del sínodo que daría lugar a la Exhortación apostólica Familiaris Consortio (tan citada en el último sínodo de obispos), san Juan Pablo II publicó su segunda encíclica: la “Dives in misericordia”.


Al comienzo de este documento, el Papa nos da a conocer que lo escribe, como ya lo había hecho con la Redemptor Hominis, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y “en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos”, “tiempos críticos y nada fáciles”.

Han pasado 35 años y podemos afirmar que nuestros tiempos son aún más críticos y difíciles; y más necesitados de la Misericordia de Dios.

San Juan Pablo II quería que contempláramos, en Cristo, el rostro del Padre, que es “misericordioso y Dios de todo consuelo” (2 Co 1, 3). El que ha visto a Cristo, ha visto al Padre (cfr. Jn 14, 8   s). 

Si queremos ser misericordiosos con nuestros hermanos, antes, tenemos que contemplar la Misericordia de Dios, en Cristo.

San Juan Pablo II nos recuerda que “cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia; cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús. Mientras las diversas corrientes del pasado y presente del pensamiento humano han sido y siguen siendo propensas a dividir e incluso contraponer el teocentrismo y el antropocentrismo, la Iglesia en cambio, siguiendo a Cristo, trata de unirlas en la historia del hombre de manera orgánica y profunda. Este es también uno de los principios fundamentales, y quizás el más importante, del Magisterio del último Concilio” (Dives in Misericordia, 1).

“Es necesario constatar —continúa el Papa— que Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por él como "el más grande", (Mt 22, 38) bien en forma de bendición, cuando en el discurso de la montaña proclama: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7) (Dives in misericordia, 3).

Durante el Año Santo que está a punto de comenzar, la Iglesia abrirá nuevamente sus compuertas para hacernos llegar a todos la infinita Misericordia de Dios. Pero, ¿cómo lo hace? Leamos lo que nos dice, al respecto, el Papa san Juan Pablo II en su encíclica sobre la Misericordia:

“La Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia-el atributo más estupendo del Creador y del Redentor-y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la meditación constante de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura en la Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación. La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es más fuerte que la muerte: en efecto, "cada vez que comemos de este pan o bebemos de este cáliz", no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino que además proclamamos su resurrección, mientras esperamos su venida en la gloria (Cfr. 1 Co 11, 26; aclamación en el "Misal Romano"). El mismo rito eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor inagotable, en virtud del cual desea siempre El unirse e identificarse con nosotros, saliendo al encuentro de todos los corazones humanos. Es el sacramento de la penitencia o reconciliación el que allana el camino a cada uno, incluso cuando se siente bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento cada hombre puede experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado”.

Por lo tanto, la mejor manera de comprender la Misericordia de Dios, en Cristo, es participar frecuentemente en la Eucaristía y prepararnos, previamente, al encuentro con Cristo, mediante el Sacramento de la Penitencia; uniendo a esto la escucha asidua de la Palabra de Dios

Terminamos con unas palabras de san Juan Pablo II en las que nos señala claramente el Camino para contemplar la Misericordia divina: el Corazón de Jesús:

«La Iglesia profesa de manera particular la Misericordia de Dios dirigiéndose al Corazón de Cristo. El acercarnos a Cristo en el misterio de su Corazón nos permite detenernos en este punto de la revelación del Amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del Hombre». 

sábado, 7 de noviembre de 2015

El Aviso anunciado en Garabandal y la Misericordia

El Año Santo de la Misericordia concluirá con la solemnidad de Cristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. El domingo precedente (XXXIII durante el año, Ciclo C) es probable que sea el día del Aviso, según la hipótesis elaborada por Antonio Yagüe. Se puede ver la siguiente web sobre las apariciones de la Virgen en San Sebastián de Garabandal: Garabandal.it.



Efectivamente, ese domingo será el 13 de noviembre de 2016, cinco meses antes del día en que quizá ocurra el Milagro eucarístico que anunció la Virgen a las niñas de Garabandal.

El próximo viernes, 13 de noviembre de 2015, estaremos a un año del Aviso de Garabandal.

Como sabemos, el 1 de enero de 1965, Nuestra Señora reveló a Conchita, en Los Pinos (Garabandal) la naturaleza del Aviso que será enviado por Dios para la purificación de las conciencias y del mundo, en anticipación del gran Milagro que le seguirá, del cual ya les había hablado la Virgen con anterioridad (cfr. Con voz de Madre, pp. 113-114).

“Además de los testimonios importantes a favor de la veracidad del Aviso por parte del Padre Pío de Pietrelcina y de la Madre Teresa de Calcuta, hay tal cantidad de mensajes de muy diversas procedencias que coinciden sorprendentemente en lo mismo (entre ellos de varios santos), que resulta muy convincente considerar que estamos muy cerca del momento en que ocurrirá lo anunciado en Garabandal” (Con voz de Madre, p. 20).

El 19 de junio de 1965, Conchita escribía lo siguiente: “Será como un castigo, para acercar a los buenos aún más a Dios y para advertir a los otros que o se convierten o tendrán su merecido. En que consiste el aviso no lo voy a revelar. La Virgen no me habló que lo dijera. ¡Dios quiera que, gracias al aviso, nos enmendemos y cometamos menos pecados contra El!” (Tomado de Virgen de garabandal).

El Aviso de Garabandal es una manifestación extraordinaria de la Misericordia divina. Es muy probable que, casi al terminar el Año de la Misericordia, Dios nos ofrezca una prueba patente de su Amor, a todos los hombres, de manera personal y directa a cada uno.

Antonio Yagüe, que ha investigado con profundidad las apariciones de la Virgen en Garabandal, afirma que “El Aviso o Advertencia es un importante hecho de carácter global, físico y espiritual, anunciado por la Sagrada Escritura en el sexto sello del Apocalipsis (Apoc 6, 12-18) y recordado por la Virgen como algo próximo, especialmente a partir de las apariciones de Garabandal”.

“El sexto sello del Apocalipsis —continúa Yagüe—, describe una gran catástrofe natural de origen astronómico y simultáneamente un fenómeno personal universal. Ambos hechos afectan a los reyes de la tierra, los magnates, los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos o libres (Apoc 6, 15). No hay estamento social o régimen político que no le afecte. El conjunto de acontecimientos es tan insólito que dejan en todos los hombres la convicción interna, como aviso íntimo, de que ha llegado el Gran Día de su cólera y ¿quién podrá sostenerse? (Apoc 6, 17). Día de ira el día aquel, día de angustia y de aprieto, día de devastación y desolación, día de tinieblas y de oscuridad, día de nublado y densa niebla (Sof 1, 15). Se puede decir que hay un antes y un después de los hechos del sexto sello” (La Astronomía Sagrada y los Últimos Tiempos, Parte 1, p. 35).

Antonio Yagüe sostiene que el gran Milagro tendrá lugar el Jueves Santo de 2017 (día de San Hermenegildo, mártir de la Eucaristía), que es el 13 de abril. El Aviso será cinco meses antes, es decir, el 13 de  noviembre de 2016. Un 13 de noviembre de 1965 fue la fecha de la última aparición a Conchita, sola y bajo la lluvia en los Pinos de Garabandal.

La picadura de las langostas del Apocalipsis “atormenta durante cinco meses (Apoc 9, 6). Tiene límite el periodo de responder afirmativamente a la invitación de conversión del Aviso. El final lo marca el día del Milagro, de la señal de la Mujer, porque el Aviso es como una purificación para prepararse para el Milagro, (…) para ver si con el Aviso y el Milagro nos convertimos (Conchita 14 septiembre 1965 en Our Lady comes to Garabandal por Joseph A. Pelletier, A. A., pp. 149-150)” (La Astronomía Sagrada y los Últimos Tiempos, Parte 1, p. 35).

Otra coincidencia interesante es un mensaje de la Virgen a Marga, precisamente el 13 de noviembre de 2008 (ocho años antes de la fecha probable del Aviso), en el que nos habla de lo importante que es amar; es decir: tener misericordia con todos (cfr. Tomo Azul: El Triunfo de la Inmaculada, p. 36):

“¡Marga…! ¡Marga…!
Lo que Yo quiero contigo es muy grande, hija. Misionera. Te quiero proclamando la Buena Noticia por todos lados. Te quiero en permanente misión.
Preparaos para un Juicio particular. Sí, hija mía: va a venir una especie de Juicio particular.
¿El Aviso? (palabras de Marga)
Sí.
Reparte de mi Amor. Están todos muy necesitados.
Olvídate de todo lo que tú opinas que son afrentas hacia ti, y ámalos. ¿Qué más da afrenta o no afrenta? ¡Ama!
Ah… es donde más os cuesta amar donde vendrán las preguntas en mi Juicio: “¿Amaste a esta persona que te costaba? ¿Le procuraste el bien? ¿Le devolviste bien por mal? Cuando Dios te probaba en el amor, ¿saliste vencedora?”.
Porque fácil es amar cuando todos nos aman. Así, ¿qué mérito tenéis. Hacen esto mismo los publicanos y pecadores (cfr. Mt 5, 46).
Sí, sí… afinad mucho. Sed cada vez más finos en el amor. ¡Y exigíos mucho! Pues mucho se os ha dado.
Te bendigo.
Adiós”.