sábado, 8 de agosto de 2015

Garabandal y los sacerdotes (2)

Continuamos con algunas anécdotas y sucesos de Garabandal, en los que intervinieron sacerdotes. Cfr. Garabandal y los sacerdotes (1). Nos basamos, principalmente, en el libro de don Eusebio García de  Pesquera, Se fue con prisas a la montaña (las negrita son nuestras).


─ Respecto a porqué el Arcángel San Miguel daba con frecuencia la Comunión a las niñas, don Eusebio Grarcía Pesquera nos comenta lo siguiente: “Consta que el ángel, en esto de las comuniones, actuaba siempre de "forma supletoria"; es decir, actuaba como "ministro extraordinario", para suplir la falta de un sacerdote que pudiese dar normalmente la comunión. Y esta falta había de ser bastante frecuente en GARABANDAL, ya que el señor cura párroco residía en Cossío, y era aquí donde celebraba misa la mayor parte de los días; subía a San Sebastián casi todas las tardes, desde que empezaron los fenómenos, más por entonces –ya queda indicado– no entraba en lo normal dar comuniones a esas horas vespertinas. Y aun ocurría más de una vez, que hasta los días en que había misa en el pueblo, las niñas no podían asistir, porque tenían que ir a ciertas faenas del campo. Tampoco los numerosos sacerdotes visitantes solucionaban la dificultad, pues casi siempre llegaban después de las horas del mediodía”.

─ Palabras de don Celestino Ortíz, médico de Santander y testigo presencial de los éxtasis que tenían las niñas durante las apariciones: "Un día de aquellos, después del éxtasis, le preguntaron a María Dolores: "¿Qué te ha dicho la aparición?" Respondió: "La Virgen me ha dicho, que haga sacrificios por la santidad de los sacerdotes, para que lleven muchas almas al camino de Cristo; que el mundo está cada día peor y necesita sacerdotes santos, para que hagan volver a muchos al buen camino. En otra ocasión, la Virgen me ha dicho que pida especialmente por los sacerdotes que quieren dejar de serlo, para que sigan siendo sacerdotes. De lo contrario, ¡qué pena sería para Ella!". El verdadero alcance de estas últimas palabras se le escapaba, sin duda, a la niña, pues por aquellas fechas no se había producido más que un débil comienzo –que ella no podía conocer desde su aldea– de lo que pronto iba a convertirse en una especie de desbandada clerical... El Concilio Vaticano II, que con sus derivaciones y el ambiente desatado, vendría a serla "ocasión" de tal desbandada, sólo era por entonces una ilusionada esperanza, el hermoso proyecto de una Iglesia que había decidido "ponerse al día" mediante un general esfuerzo de renovación. Juan XXIII tenía contagiados a todos de su optimismo y, secundándole, en todas partes se trabajaba y oraba por el feliz éxito de tan gran empresa.

─ El 12 de marzo de 1962, durante la Cuaresma, Loli (una de las videntes) habló, en un éxtasis, con el jesuita P. Luis Andreu, que había fallecido el 9 de agosto del año anterior. Loli le dijo lo siguiente: “"¡Qué gusto me da hablar contigo! Como cuando estabas vivo. Yo me pongo muy contenta cuando vienes. ¡Hace más que no te veíamos...! ¡Qué triste te pondrías tú, si fuéramos al colegio, porque ya no podríamos ver a la Virgen...! Mira, quiero una cosa... ¿Sabes el qué? Haz un MILAGRO, para que vean que hablamos contigo y con la Virgen...".  

─ El día 13 de marzo, a las 11:37 de la noche, Mari Cruz (otra de las videntes) estaba en su casa. Había recibido una carta de un sacerdote de Villaviciosa (Asturias), en la que le decía que él le pagaría pensión y estudios en un colegio de aquel pueblo, con la condición de que no volviera a ver a la Virgen, ya que esto podría traer quebraderos de cabeza con el arzobispo de Oviedo. La niña no había leído la carta, pero sí su madre; ésta puso otra vez la carta dentro del sobre y le dijo a la niña que preguntara a la Virgen, qué tenía que contestar. Mari Cruz no quería hacerlo y costó trabajo lograr que cogiera la carta. Apenas la tuvo en su mano, salió para la Calleja, se arrodilló en el sitio de costumbre, sacó la carta –en éxtasis– y la enseñaba, mirando el sobre al revés y preguntando: "¿Qué le digo...? ¿Que te seguiré viendo...? ¿Que es un sitio bueno...? Hace ya mucho que no voy con las otras tres...". Sólo podemos hacer conjeturas sobre lo dicho por la Virgen a la niña; en cambio, está bien claro que los intentos de llevar del pueblo a las videntes no apuntaban sólo hacia León. Y claro también, que Mari Cruz sufría no poco porque estaba algo marginada en la marcha de aquellos especialísimo fenómenos.

─ Relación firmada por un sacerdote, en la ciudad de Reinosa (Santander) el 23 de marzo de 1962, que acababa de visitar Garabandal: “El día 18, domingo (segundo de Cuaresma), llegaron a San Sebastián de Garabandal dos sacerdotes con un muchacho joven, que tiene una gravísima enfermedad del corazón y cuyos días –según los médicos– están contados. Uno de los dos sacerdotes (nadie sabía entonces que lo eran) era el famoso P. José Silva, el de la "Ciudad de los Muchachos", de Orense, de donde venían; vestía de americana y pantalón. Durante todo el tiempo anduvieron detrás de las niñas, atosigándolas... Hasta el punto de que el señor Brigada de la Guardia Civil tuvo que llamarles la atención varias veces (también él ignoraba su condición sacerdotal). Cuando se produjo el éxtasis de Jacinta, en casa de Conchita, se pegaron materialmente a la niña, sujetándola y poniéndole materialmente las orejas en la boca, por lograr entender algo de lo que decía. Se les llamó la atención por parte de los padres de las niñas, y al ver que no hacían ningún caso, y que una vez casi las hicieron caer a tierra, no pude contenerme y le di un fuerte empujón al que iba a la derecha de la niña (que resultó ser el P. Silva), creyéndole un seglar cualquiera... aunque no sé si no hubiera hecho lo mismo en aquel momento aunque le hubiese visto con sotana. En el acto se volvió Jacinta, y me puso el crucifijo en la boca; seguidamente hizo lo mismo con el que yo había empujado. La niña continuó su marcha, pero nosotros dos nos miramos, y comprendimos... Nos dimos un abrazo, y juntos fuimos ya hasta la iglesia. Allí los dos lloramos; y yo le pedí que me confesara (habíamos quedado solos, apoyados en el muro del atrio). Me dijo que no tenía licencias..., pero yo insistí vivamente, asegurándole que tenía verdadera necesidad. Me oyó en confesión y me preguntó por qué había hecho aquel acto: le contesté que en aquel momento sólo había pensado en defender a una niña que estaba viendo a la Santísima Virgen. Me dio la absolución. Luego fue él quien me pidió que le confesara, pues decía tener mucha necesidad, por haber abusado de su condición sacerdotal para ir delante de todos los que seguíamos a la niña, cuando tal condición le obligaba a ir detrás del último... Me dio las gracias por el empujón, y me dijo que hasta ese momento él no se había dado cuenta del verdadero mensaje que estas niñas nos vienen a dar. Finalmente me pidió, por favor, si podía despertar al señor párroco, para decir él –P. Silva– la misa de alba (no tardaría mucho en despuntar el nuevo día, 19 de marzo, fiesta de San José). No pudimos conseguir nada, porque hay prohibición del obispado de admitir a celebrar misa a los sacerdotes forasteros; pero sí pudimos comulgar y hacer la hora santa más hermosa que se puede uno imaginar. Fue fantástico. Aquel hombre dijo cosas maravillosas, y dio las gracias a las niñas, a sus padres, a todos, porque le habían hecho vivir una emoción que nunca hasta entonces hubiera pensado que podría existir. ¡Rezamos un santo rosario! Casi todos con los brazos en cruz. Esto es lo que he vivido esos días imborrables en el dichoso pueblecito”.

─ Días previos al primer aniversario de la primera aparición de la Virgen (2 de julio de 1962). En días como aquellos, no podían faltar por allí sacerdotes o religiosos. A propósito de ésta presencia, dice don Luis Navas en su relación: "Me agradó mucho contemplar las deferencias que estas niñas guardan con los sacerdotes; son dignas de Santa Teresa de Jesús. Eran cuatro los que se encontraban por el pueblo ese sábado, día 30 de junio; y la Virgen debía de estar contenta, pues, según las niñas: "A la Virgen le gusta que vengan sacerdotes y gentes sin fe" (Como en tantos otros puntos, Garabandal "se adelantaba" también saludablemente en éste de prevenir la inminente crisis de doctrina y valoración en torno a sacerdocio y sacerdotes... No podía preverse entonces la furia "desacralizadora" conque pronto iban a actuar bastantes clérigos y laicos).

─  Comentarios de don Luis Nava, también del 30 de junio de 1962. Durante una visión de Loli en su casa, permanecían respetuosamente de rodillas un P. Pasionista y un P. Carmelita: a los dos les incorporó suavemente ella, haciéndoles poner de pie. El P. Pasionista me decía al día siguiente: "Pero setenta y ocho kilos y, encima, me puse a hacer fuerza hacia abajo; pues bien, la niña me puso en pie con gran facilidad"(Maximina habla también de esto en sus cartas a la familia Pifarré; pero dice que fue Conchita la del éxtasis, lo mismo que en el caso de la uruguaya). Del P. Carmelita me edificaba su humildad y silencio; había llegado aquella misma tarde de Burgos y se la pasó casi entera atendiendo a la gente, repartiendo e imponiendo escapularios... Yo sentí una dulce emoción; me venían a la memoria aquellos meses de mayo, el de "las flores a María", de mis tiempos de estudiante en el Instituto de Burgos".

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