sábado, 27 de septiembre de 2014

Beatificación de Don Álvaro del Portillo

En el Domingo XXVI durante el año, que celebraremos mañana, la Iglesia nos recuerda que los deseos de conversión deben traducirse en obras de fidelidad. Hoy, en Madrid, será beatificado Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor, como Prelado del Opus Dei, de San Josemaría Escrivá de Balaguer, y ejemplo de sacerdote fidelísimo a la vocación y misión recibidas.


Estas son las Lecturas de la Misa:

Ez 18, 25-28. Cuando el malvado se convierta de su maldad, salvará su vida.
Sal 24. Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.
Flp 2, 1-11. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.
Mt 21, 28-32. Recapacitó y fue.

Si el malvado, dice el profeta Ezequiel, se convierte de sus malas acciones y obra el bien, no morirá, sino que vivirá.

Todo comienza por los deseos de conversión. Pero, si son sinceros, se manifestarán en las obras buenas. El hombre saca del tesoro de su corazón todo lo bueno. Podemos conocer a un árbol bueno si da frutos buenos. Son enseñanzas de Cristo (ver Primera Lectura).

No es suficiente tener buenas intenciones, se precisan las obras. La palabra de Dios afirma que el desorden moral lleva al hombre a la ruina. No es suficiente, en orden a la salvación, una adhesión puramente verbal, sino que es necesaria una actitud coherente, encarnada y verificada en la acción.

Pablo traza un plan de actitudes para tener los mismos sentimientos de Cristo, que le llevan a obedecer a su Padre y morir en la Cruz por amor (ver Segunda Lectura).

En la Iglesia el sí en palabras y acciones tiene valor de vida eterna (ver Evangelio).

Hoy, en Madrid, el Cardenal Angelo Amato presidirá la ceremonia de Beatificación de Mons. Álvaro del Portillo, primer sucesor del fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de Balaguer.

Se pueden aplicar a él las palabras de la Sagrada Escritura: “Vir fidelis multum laudabitur” (Prov 28, 20). “El varón fiel será grandemente alabado”.

Así comienza el Decreto de la Congregación de las Causas de los Santos (28 de junio de 2012) que daba paso libre a su beatificación. Reproducimos a continuación, algunos párrafos del mismo, porque nos parece que es un gran motivo de acción de gracias, tener en el Cielo, un intercesor como don Álvaro.  

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Vir fidelis multum laudabitur (Prov 28, 20). Estas palabras de la Escritura manifiestan la virtud más característica del Obispo Álvaro del Portillo: la fidelidad. Fidelidad indiscutible, sobre todo, a Dios en el cumplimiento pronto y generoso de su voluntad; fidelidad a la Iglesia y al Papa; fidelidad al sacerdocio; fidelidad a la vocación cristiana en cada momento y en cada circunstancia de la vida.

«La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor», ha dicho el Papa Benedicto XVI (Homilía en Fátima, 12-V-2010). El Siervo de Dios ha sido ejemplo de caridad y de fidelidad para todos los cristianos. Encarnó plena, ejemplar e íntegramente sin retazos ni excepciones, el espíritu del Opus Dei, que llama a los cristianos a buscar la plenitud del amor a Dios y al prójimo a través de los deberes ordinarios que forman la trama de nuestras jornadas. «Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar a los demás con el trabajo»: se puede decir que esta es la descripción más exacta de la intensísima actividad desplegada por el Siervo de Dios primero como ingeniero, después en el ministerio sacerdotal y, finalmente, como Obispo. Prodigó sus energías en todas las tareas que realizó, convencido de que cada una constituía un instrumento con el que podía colaborar en la misión salvífica de la Iglesia.

El Siervo de Dios nació en Madrid, el 11 de marzo de 1914, tercero de ocho hijos en un hogar cristiano. Fue doctor en ingeniería de caminos, en historia, y en derecho canónico. En 1935, a los 21 años, pidió la admisión en el Opus Dei. Pronto fue el colaborador más estrecho de San Josemaría. El 25 de junio de 1944 fue ordenado sacerdote y desde entonces se entregó con generosidad al ejercicio del ministerio sagrado. El mismo día de su ordenación, el Fundador lo eligió como confesor. En 1946 se estableció en Roma para ayudar a San Josemaría en el gobierno y en la expansión del Opus Dei (…).

El 15 de septiembre de 1975 fue elegido primer sucesor de San Josemaría al frente del Opus Dei. La continuidad en la aplicación de las enseñanzas del Fundador fue el punto central de su programa de gobierno, y puso todos los medios para alcanzar un objetivo especialmente preparado por San Josemaría: la configuración canónica adecuada al carisma fundacional del Opus Dei, que se obtuvo el 28 de noviembre de 1982, cuando el Beato Juan Pablo II erigió el Opus Dei como Prelatura personal y nombró Prelado a Álvaro del Portillo. El 6 de enero de 1991 recibió la ordenación episcopal de manos del Papa. En la madrugada del 23 de marzo de 1994, apenas unas horas después de regresar de una peregrinación a Tierra Santa, el Señor lo llamó a Sí. Ese mismo día, el Beato Juan Pablo II acudió a rezar ante los restos mortales del Siervo de Dios y, tras orar en silencio, recitó en voz alta la Salve Regina.

La actividad de Álvaro del Portillo en el gobierno del Opus Dei se caracterizó también por el celo pastoral, encaminado a la expansión de los apostolados de los fieles de la Prelatura al servicio de la Iglesia. Durante los 19 años que dirigió la Obra, se comenzó la labor apostólica estable en 20 nuevos países (…).

La dedicación del Siervo de Dios al cumplimiento de la misión que había recibido estaba radicada en un profundo sentido de la filiación divina, que le llevaba a buscar la identificación con Cristo en un abandono confiado a la voluntad del Padre, lleno de amor por el Espíritu Santo, constantemente inmerso en la oración, fortificado por la Eucaristía y por una tierna devoción a la Santísima Virgen María.

Dio pruebas de heroísmo en el modo como afrontó las enfermedades –en las que veía la Cruz de Cristo–, el periodo que transcurrió en la cárcel durante la persecución religiosa en España (1936-1939) y los ataques que sufrió por su fidelidad a la Iglesia. Era hombre de profunda bondad y afabilidad, capaz de transmitir paz y serenidad a las almas. Nadie recuerda un gesto poco amable de su parte, el menor movimiento de impaciencia ante las contrariedades, una palabra de crítica o de protesta por alguna dificultad: había aprendido del Señor a perdonar, a rezar por los perseguidores, a abrir sacerdotalmente sus brazos para acoger a todos con una sonrisa y con cristiana comprensión.

Su amor a la Iglesia se manifestaba en la plena comunión con el Romano Pontífice y los Obispos: fue un hijo fidelísimo del Papa, con una adhesión indiscutida a su persona y a su magisterio. Su vivísima solicitud por los fieles del Opus Dei, la humildad, la prudencia y la fortaleza, la alegría y la sencillez, el olvido de sí y el ardiente deseo de conquistar almas para Cristo –reflejado en su lema episcopal: Regnare Christum volumus!– son aspectos que se unen para componer su retrato de Pastor (…).

El Sumo Pontífice Benedicto XVI, después de haber recibido del infrascrito Cardenal Prefecto una relación diligente de todo lo que se acaba de exponer, acogiendo y ratificando los pareceres de la Congregación de las Causas de los Santos, en fecha de hoy ha declarado solemnemente: Constan las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo, así como las virtudes cardinales de la Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza, con las otras anejas, en grado heroico, y la fama de santidad del Siervo de Dios Álvaro del Portillo y Diez de Sollano, Obispo titular de Vita, Prelado de la Prelatura personal de la Santa Cruz y Opus Dei, en el caso y para los efectos de que se trata.

El Santo Padre ha dispuesto que este Decreto sea hecho público y se incluya en las Actas de la Congregación de las Causas de los Santos”.

Dado en Roma, el 28 de junio de 2012.
Angelus Card. Amato, S.D.B.
Prefecto
L. + S.
+ Marcellus Bartolucci
Arzobispo titular de Bevagna
Secretario

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sábado, 20 de septiembre de 2014

Dios es clemente y rico en misericorda

La Misericordia de Dios, su infinito Amor y Generosidad con los hombres es el tema de las Lecturas del Domingo XXV durante el año, Ciclo A.


Las Lecturas son las siguientes:  

Is 55, 6-9. Mis planes no son vuestros planes.
Sal 144. Cerca está el Señor de los que lo invocan.
Flp 1,20c-24. 27a. Para mí, la vida es Cristo.
Mt 20, 1-16. ¿Vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?

"Mis caminos no son vuestros caminos". No podemos reducir a Dios a nuestros esquemas. Los caminos y los pensamientos de Dios no son los de los hombres. Nuestro Dios es rico en piedad y desea que le invoquemos cuando esté cerca, es decir, siempre, porque Él siempre está cerca de nosotros: a nuestro lado, en nuestro interior. (cfr. Primera Lectura).

Cerca está el Señor de los que lo invocan” (cfr. Salmo). Jesús está cerca. Somos nosotros los que no queremos abrirnos a Él. Si lo invocamos, siempre nos responderá, de una manera u otra. A veces notaremos muy claramente su respuesta. Otras veces notaremos más el silencio de Dios. Es el momento de avivar nuestra fe y esperar pacientemente a que Él se manifieste, cómo y cuándo quiera.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (ver Salmo). Dios responde especialmente si reconocemos que somos pecadores, nos arrepentimos y le pedimos perdón. Entonces, vierte su Misericordia en nuestro corazón con infinita clemencia. Basta eso: ser sinceros y decir: “pequé, Dios mío; contra ti sólo he pecado; mi pecado está siempre delante de mí” (Salmo 50), como el rey David.

San Pablo, nos confía un dilema personal. No sabe qué pedir al Señor. Desearía morir, para estar con Cristo definitivamente. Pero también se da cuenta de que su presencia entre las comunidades cristianas es muy conveniente, para continuar alentando a todos hacia la santidad. Por eso dice que lo importante es que llevemos una vida digna del Evangelio de Cristo. ¿Cómo? Dejando en Dios nuestro futuro. Él sabe más y su Providencia irá guiando nuestra vida según sus planes. Las decisiones más importantes no están en nuestras manos. Sólo aceptando plenamente los designios inescrutables de Dios seremos felices (cfr. Segunda Lectura).

En el Evangelio de la Misa, escuchamos a Jesús que nos propone la parábola de los jornaleros que van a la viña a trabajar, a distintas horas del día. El dueño de la viña da a cada uno su jornal: un denario. Es el mismo para quienes han soportado todo el día el peso del calor, que para los llegados a última hora. A los primeros les parece injusto que el Señor sea tan generoso con algunos.  

Nuestras relaciones con los demás se miden a base del intercambio y aplicamos esta misma forma al campo religioso. Dios, sin embargo, actúa según criterios de gratuidad (cfr. Evangelio). Él es infinitamente generoso. Se da sin medida. Nosotros somos calculadores, envidiosos. Nos falta tener un corazón más grande y alegrarnos con el bien de los demás y los dones que recibe cada uno, sin compararnos unos con otros.

Sobre la Misericordia, Jesús dijo a Santa Faustina Kowalska, entre otras muchas cosas, las siguientes:

«Cuanto más confía el alma, tanto más alcanza».

«¡Cuánto me hiere la incredulidad del alma que no confía en mi Misericordia! Confiesa que Yo soy Santo y Justo, y no cree que Yo soy la Misericordia. También los demonios creen en mi Justicia, pero no creen en mi Bondad».

«Los cielos y la tierra volverán a la nada antes que faltar mi Misericordia a la llamada de un alma que ha depositado su confianza en Mí».

«Di a las almas que no podrán sacar de esta fuente de mi Misericordia, sino con el vaso de la confianza. No habrá límites para mi generosidad, cuando su confianza sea grande».

«En la hora de la muerte llenaré de mi divina Paz al alma anclada en Mí por la confianza en mi Misericordia».

«Todas las almas que adoren mi Misericordia y propaguen su culto, animando a otras almas en la confianza en mi Misericordia, no experimentarán espanto en la hora de la muerte. Mi Misericordia las protegerá en su última batalla».

Reproducimos, a continuación, algunas frases dichas a Marga por  Jesús y la Virgen, sobre la Misericordia (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul).

“Esta es la Hora, éste es el tiempo destinado por su Infinita Misericordia, éste es el tiempo de vuestra salvación” (De la Virgen, 9-IV-1999).

“Hija, tengo ante Mí el pecado de todos los hombres, y sabe tú que es inmenso, casi infinito. Pero es mi Misericordia la que sí es Infinita, la que puede perdonar todo si esos hombres vuelven a Mí” (Jesús, 5-VII-2001).

“Se abren los Pozos de mi Misericordia: ¡Entrad!, ¡entrad todos! Luego, dentro de poco, serán cerrados. Entrad antes del Día. Luego no podréis arrepentiros, no os será dado, porque vosotros mismos os lo negasteis” (Jesús, 14-VI-2002).

“Yo reservo copiosos tesoros de mi Misericordia para los grandes pecadores arrepentidos” (De Jesús, 24-V-2006).

“Os encontráis en un Tiempo privilegiado de la Iglesia, en el que Su Misericordia se derrama por doquier” (De María, 8-XI-2007).

“Tendré compasión con quien tuvo compasión. Misericordia con quien practicó la misericordia” (De Jesús, 17-VII-2008).

“En la Revelación de la Misericordia divina a Sor Faustina Kowalska, se escenificó las Gracias derramadas sobre el mundo desde mi Sagrado Corazón. Una Devoción a la que Yo acompañé de Gracias especialísimas con un último intento ya de atraer a todos los hombres hacia Mí. Y con ella terminó para este Tiempo la Revelación de mi Sagrado  Corazón” (De Jesús, 16-VII-2008).

sábado, 13 de septiembre de 2014

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

Mañana, en muchos lugares del mundo, se celebra la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que sustituye a la liturgia del Domingo XXIV durante el año.


Las Lecturas son las siguientes:

Nm 21, 4b-9. Miraban a la serpiente de bronce y quedaban curados.
Sal 77. No olvidéis las acciones del Señor.
Flp 2, 6-11. Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Jn 3, 13-17. Tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

La salvación, la vida y la resurrección proceden del misterio de la Cruz: “salus, vita et resurrectio nostra”.

Sin embargo, la cruz es también escándalo para los judíos, locura para los gentiles…; y, para nosotros mismos, con frecuencia es quizá también motivo  o de escándalo o de locura, de desánimo, de tristeza;  quizá porque no descubrimos  a Jesús en la Cruz,  porque no nos damos cuenta que la cruz es efectivamente  el instrumento, el medio de la salvación, del encuentro con Dios, el camino para la gloria.

No nos debe extrañar. Le sucedió a Pedro cuando quiso apartar al Señor de la Pasión. Jesús tuvo que reprenderlo fuertemente: “Apártate de mí, Satanás”.

Los apóstoles, en diversas ocasiones en que el Señor les anuncia la Pasión no entienden, se quedan con miedo -dice el Evangelio-, y tenían miedo incluso hasta de preguntarle más al Señor sobre esa cuestión.  

En medio del desierto Moisés levantó un estandarte con una serpiente, para que quien hubiera sido mordido por una serpiente pudiera contemplarla y de esta forma se salvara de la muerte (ver Primera Lectura).

Al mismo Jesucristo lo vemos sufriendo lo indecible en Getsemaní: “Padre, si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

Ante la repulsa instintiva al sufrimiento, debemos inmediatamente imitar al Señor: “no se haga mi voluntad, sino la tuya”, con la fe de que la Cruz, como dice San León Magno, “es fuente Señor de todas las bendiciones y causa de todas las gracias”.

En medio del mundo se levanta la cruz de Jesús para que quien la contempla con el corazón contrito y adorante se salve (ver el Evangelio).

Mons. Álvaro del Portillo (1914-1994), que será beatificado en Madrid el próximo 27 de septiembre, fue testigo de cómo, en 1937, San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, sufrió una gran prueba mientras permanecía refugiado con otros en la Legación de Honduras, en el Paseo de la Castellana. Ahí pasó una “noche oscura del alma”, como dice San Juan de la Cruz: una purificación pasiva muy fuerte,  un sufrimiento moral grandísimo. Y, sin embargo, se conservan apuntes de su predicación llenos de esperanza y de confianza en Dios.

Les decía, por ejemplo, a los que estaban con él: “empeñémonos en ver la gloria y la dicha ocultas en el dolor,  porque no basta saber en abstracto -como sabemos- que la alegría la encontramos en la cruz,  que nuestra alegría tiene raíces en forma de cruz. Hay que empeñarse,  con la gracia de Dios,  en ver la gloria y la dicha ocultas en el dolor  para poner siempre buena cara, para reaccionar, quizá en ocasiones, después de un movimiento de disgusto, con una sonrisa, con una sonrisa incluso por fuera pero sobre todo por dentro”.

Cristo, muerto en la cruz, es glorificado por el Padre y es nuestro Señor y Guía (ver Segunda Lectura).

El 15 de septiembre celebraremos la memoria de Nuestra Señora de los Dolores. Contemplamos a María al pie de la cruz, firme, fuerte,  con un dolor inmenso. “¡Cuán grande, cuán heroica en esos momentos la obediencia de la fe demostrada por María ante los “insondables designios de Dios”! ¡Cómo se “abandona en Dios” sin reservas, “prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad” a aquel, “cuyos caminos son inescrutables” (Rm 11,33). Y a la vez ¡cuán poderosa es la acción de la gracia en su alma, cuan penetrante es la influencia del Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza! (cfr. Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater).

Ella nos ayudará. Se lo podemos pedir ahora en nuestra oración a la Virgen, a nuestra Madre. Precisamente Él la declaró Madre nuestra en la Cruz. Jesús nos la entregó como Madre, en la Cruz. Ella nos ayudará a estar también nosotros firmes como Ella, a no desmayarnos,  en la cruz. Muy unidos a su Hijo, a Jesús para -por la solidaridad que tenemos con Él- dar valor de salvación, valor de redención a toda nuestra vida, especialmente a nuestra mortificación a nuestra penitencia, por nosotros y por el mundo entero, por toda la Iglesia. Le podemos decir: “Madre mía, que tu amor  me ate a la Cruz de tu Hijo”.

Reproducimos, a continuación, tres mensaje a Marga: uno de Jesús y otro de la Virgen, sobre la Cruz; y luego uno de la Virgen sobre Garabandal y Medjugorje (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul).

Mensaje de Jesús, del 30 de marzo del 2006
(durante una Exposición ante el Santísimo)

Jesús:
¡Te basta un instante para comprobar que estoy locamente enamorado de ti! Que estos días de desolaciones no han sido más que un Regalo para mi amada, que la amo desde toda la eternidad. ¡Te amo! ¡Te amo! Mi amada ¿acoge el regalo o lo desdeña? ¿Lo tira al suelo? Este es mi Amor, ¿lo quieres? Nada del mundo. Toda mi Cruz. Mi Amor, más allá de la muerte. Aunque mueras. Yo quiero tu muerte, para tener Vida. Muere a ti misma. Muere a tus gustos, a tu idea de la felicidad en la tierra. Acoge mi Regalo. Sólo te pido esto: acoge mi Regalo. Y serás feliz.
¿Qué esperas? Estás esperando otro Regalo de Mí, pero no lo tendrás, porque éste es el Regalo que Yo reservo a mi esposa, a mis almas más queridas: la Cruz. La Cruz en la medida justa que pueda soportar. La Cruz al máximo a su medida.
¿Creías que era otra cosa? Aquí estoy, no me moveré hasta que tú me digas: «¡Sí! Sí, Maestro, y hasta sus últimas consecuencias.» Tedio y horror de la vida tendrás hasta que aceptes tu Cruz. Amor, amor y dolor, felicidad ahora y perpetua por aceptar el Regalo del Esposo a la esposa. Amén.
¡Sí!

Mensaje de la Virgen, del 19 de agosto de 2007

Virgen:
¡Marga! Hija mía, quisiera en ti una sintonía absoluta de corazones. Que estuvieras muy íntimamente unida a Mí, de tal forma que todo lo Mío fuera tuyo. Que tú fueras Yo para la gente. Que te olvidaras de lo que tú tienes que dar.
Es sólo en la Cruz donde vas a alcanzar gloria. Por tanto, bendíceme por cada cruz que Yo te doy, agradéceme las cruces de tu vida. Míralas como un don de Amor de Dios a ti. Si no tuvieras ese don, si cada día no sintieras la punzada de esa cruz, dime, hija mía, ¿en qué serías semejante a Mí? Soy «La que siempre tuvo en su Corazón la Cruz» durante todos los días de su vida en la tierra. Para gozar de esta Gloria en el cielo.
Piensa que esto es pasajero, que pronto vendrás conmigo para verme cara a cara, tal cual Soy. No velada y en la fe. Cara a cara, tal cual Soy.

Mensaje de la Virgen, del 16 de mayo de 2006

Virgen:
Aprobad Garabandal y que en España se dé a conocer Medjugorje. Estáis frenando todas las manifestaciones extraordinarias de mi Hijo, pero mi Hijo se abrirá camino. No quiero que se condene más gente ni que seáis responsables de su condenación por frenar mis manifestaciones extraordinarias ahora que hacen más falta.
No quiero todo el sufrimiento que se os avecina. Por favor, acogeos a mi Corazón. Éste se os brinda una vez más. Acogeos a mi Corazón para no tener que sufrir tanto. Que mi pueblo conozca que la Madre os ama, os ama, os ama...

sábado, 6 de septiembre de 2014

La corrección fraterna

La Caridad, la más excelsa de las virtudes teologales, sin la cual todo lo demás resulta inútil, es el gran tema del Domingo XXIII durante el año. La primera Caridad es hacia Dios. Y estrechamente unida a ella está caridad hacia nuestros hermanos, principalmente buscar su bien espiritual.


Las lecturas de este domingo son las siguientes:

Ez 33, 7-9. Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre.
Sal 94. Ojalá escuchéis hoy su voz: "No endurezcáis vuestro corazón".
Rm 13, 8-10. Amar es cumplir la ley entera.
Mt 18, 15-20. Si te hace caso, has salvado a tu hermano.

Yahvé pide al profeta Ezequiel (ver Primera Lectura) que sea como un centinela de la Casa de Israel: que se mantenga vigilante para conocer a sus hermanos y, cuando advierta —ya sea porque Dios se lo comunica o porque él se da cuenta— que algo no está bien, sea valiente para hablar con quien ha obrado mal, de modo que se convierta y viva.

En el Salmo, el Señor nos pide que no endurezcamos nuestro corazón, es decir, que no estemos tan seguros de nosotros mismos, sino que nos abramos a la verdad y estemos dispuestos a escuchar a nuestros hermanos, especialmente cuando nos indican algo que debemos cambiar en nuestra conducta.

San Pablo (ver la Segunda Lectura) nos recuerda que el amor es la plenitud de la ley. Todos los mandamientos se compendian en este: amarás a Dios con todo tu corazón, y al prójimo como a ti mismo.

El amor al prójimo se manifiesta en la preocupación que tenemos por aliviar las carencias y sufrimientos de nuestros hermanos, desde el punto de vista material. En este sentido, se pueden mencionar las obras de misericordia corporales, indispensables para entrar en el Reino de los Cielos (cfr. Mt 25): 1) visitar y cuidar a los enfermos, 2) dar de comer al hambriento, 3) dar de beber al sediento, 4) dar posada al peregrino, 5) vestir al desnudo, 6) redimir al cautivo, y 7) enterrar a los muertos.

Pero, también se manifiesta el amor al prójimo, y con un rango superior (porque se trata de ayudar en lo espiritual), en las obras de misericordia espirituales: 1) enseñar al que no sabe, 2) dar bueno consejo al que lo necesita, 3) corregir al que yerra, 4) perdonar las injurias, 5) consolar al triste, 6) sufrir con paciencia los defectos de los demás, y 7) rogar a Dios por vivos y difuntos (cfr. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, Apéndice).

En las lecturas de este domingo, de modo especial se resalta la importancia de corregir al que yerra. Es la corrección fraterna, que no busca más que el bien del otro. No se hace por venganza o por un afán de justicia rigorista. Lo que realmente importa es advertir a un hermano de una falta objetiva, para que procure evitarla en lo sucesivo.

La corrección fraterna, cuando sea necesaria hacerla, siempre se hace “in spiritu lenitatis”, con espíritu de suavidad, es decir, de modo amable y positivo. Se trata de ponerse junto a ese hermano nuestro para acompañarlo en su camino hacia la santidad, ayudándolo a descubrir cómo puede avanzar más rápidamente.

Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” (Mt 8, 15: ver Evangelio). La corrección fraterna se practica no solo cuando alguien nos ofende. También la podemos hacer cuando vemos que alguien cercano a nosotros, con quien tenemos confianza, sigue un camino equivocado en algún punto importante de la vida cristiana. Puede ser algo pequeño; incluso puede tratarse de una falta de virtud en aspectos humanos, de carácter, que son un obstáculo para alcanzar la perfección que Dios nos pide.

Por otra parte, también el Señor aconseja no juzgar a los demás, porque “qui iudicat, Dominus est”, quien juzga es el Señor.

¿Cómo compaginar estas dos cosas? “No juzgar” no significa que no nos fijemos en los demás, ni que suspendamos cualquier juicio acerca de sus acciones. Es natural y humano que formulemos juicios acerca de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.  Eso sí, juicios ponderados, hechos con sabiduría y prudencia; y también con humildad, porque ordinariamente no conocemos todos los datos. En estos juicios hay que tratar de ser lo más objetivos posibles.   

Lo que no está bien es juzgar de las intenciones de las personas o de su bondad o maldad. Sólo Dios conoce el interior de las conciencias.

Por lo tanto, podemos emitir un juicio acerca de la conducta de los demás. La mayor parte de las veces ni siquiera juzgaremos esto, porque lo que hacen o dicen los demás son cosas normales. En cambio, a veces hay cosas que nos llaman la atención: positiva o negativamente.

Un modo de ser, un hábito repetido en el modo de hablar, de reaccionar, de comportarse... A veces, esto puede formar parte del carácter de una persona. A veces, será simplemente una de las muchas maneras de ser (hay que estar abiertos, en esto, a las diferentes culturas, y estilos). Otras veces será algo que, objetivamente, se separe de la conducta cristiana, o sea una clara deficiencia de tipo humano. Entonces, aquello puede ser motivo de corrección fraterna.

Al hacer una corrección fraterna, no juzgamos la interioridad de las personas. La hacemos delante de Dios y con gran delicadeza. Es recomendable ser breves y concretos. Sobre todo, es importante hacer oración por la persona a quien hemos ayudado a mejorar en algo.

Para practicar la corrección fraterna es necesaria madurez y libertad interior; y también fortaleza.

Don Álvaro del Portillo (1914-1994) —primer sucesor de San Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei—, que será beatificado en Madrid el próximo 27 de septiembre, decía, que la corrección fraterna es “el oro purísimo de la sana convivencia cristiana”.

En cualquier lugar donde los hermanos se ayudan a ser mejores, mediante la corrección fraterna, se respira una vida cristiana llena de salud y vitalidad.

Reproducimos, a continuación, dos mensaje a Marga (uno de la Virgen y otro de Jesús) sobre la necesidad de ayudar a los demás (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el TomoAzul).

Mensaje de la Virgen, del 12 de marzo de 2004

Jesús:
Arrodíllate ante la Majestad de Dios. Glorifícalo. Alabad a Dios. Salmodiad para Él. Venerad a su Madre Santísima.
Sí, miraos a vosotros mismos como depositarios de un inmenso don para repartir a los demás. Miraos como cauce de mis Gracias para el mundo, para España.
¡Oh, acordaos de Mí! ¡Acordaos de Mí! Hija, se acordarán de Mí. Impúlsales con tus oraciones y sacrificios a hacer la verdadera oración, la que lleva al cambio de vida. Empújales, con tus sacrificios a que hagan la verdadera confesión, la que brota del corazón.
Anima a mis ministros a que vayan a confesarlos. Anímalos a que vayan a bendecirlos, a alentarlos. En su último aliento, que estén presentes. Reza, hija mía, para que haya un sacerdote allí donde cada persona tenga su último aliento. Que no les abandonen. ¡Que no abandonen a mis hijos! Que vayan, que vayan a la cabecera de su cama para ayudarles a morir. Les necesitan. Mira, han ido muchos a dar su sangre... ¿Cuántos han ido a ayudarles a morir? ¿Cuántos a enfocar este sufrimiento según Dios?
¿Tenemos que ir?
Sí. Id en la medida de vuestras posibilidades.
La gente, si encontrara un hermano que le tendiera la mano, se volvería a Dios. ¡Id! ¡id!
Reza y ofrécete. Reza y ofrécete, hija mía, para ayudar a bien morir a tus hermanos. Otro tanto de almas, por ti, por los tuyos, verán a Dios.
Hija mía, ¿vienes? Deposita tu beso, junto con el mío, en la cabecera de su cama.
He aquí el principal amor: el que da su vida por sus hermanos. He aquí misión grandiosa, misión gozosa.
He aquí sublime pacto: hacerse, por amor, un Cristo. Hacerse uno con Cristo, con su Eucaristía.
He aquí la principal caridad: rezar y sacrificarse por los pecadores. Para que puedan ver el Rostro de Cristo. Para que la Virgen Santísima pueda llevarles en volandas al Reino Nuevo.
Si el alma no está preparada, no envío a mi Virgen. He aquí la muerte gozosa: al terminar la agonía, encontrarse con María. Y que Ella te libre del Infierno, que se abría a tus pies. ¿Desearías, hija mía, que eso te pasara a ti? Deséalo también para tus hermanos. Reza, ora y sacrifícate para que María Santísima pueda venir a ellos y paliar sus sufrimientos. Reza, ora y sacrifícate para que descienda el número de los condenados.
Sí, te necesito.

Mensaje de Jesús, del 13 de marzo de 2004

Jesús:
Sí, hija mía, id donde vuestros hermanos os necesiten.
Ayer escuchabas una parte de la cuestión, conoce ahora el resto: Sabes que vuestros hermanos se reconocen por no pensar más que en sí mismos. No sed así vosotros: el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro servidor.
¡Oh, hija mía! ¡¿Qué les ha hecho el Corazón de Jesús?!
Mirad, muchos me odian hoy día. Ayer escuchaba voces que clamaban a Mí. Hoy escucho terror. Atruenan mis oídos la voz de sus odios. De sus odios hacia Mí. Sus odios a Dios.
¿Dónde están esos samaritanos que les iban a ayudar a entender el sufrimiento? ¿Dónde están? ¿Dónde están?
Dónde estáis, oh cristianos, que os refugiáis en casa temiendo vuestros temores. ¡Salid a la calle y dad testimonio de Mí!
¿Sabes, hija? No me conocen, por eso me odian. ¡Oh, Dios mío!... y muchos no volverán a Mí.
No te derrumbes, hija, te necesito. Os necesito a todos. Necesitaría un ejército que diera testimonio de Mí. Sin mentir. Sin aspavientos. Con Amor y con Dolor. Con-su-friendo con ellos. Compadeciendo en su sufrimiento.
Llegará Semana Santa... ¡qué buen momento para unirse con su Cristo! Hermosa Cuaresma si se ha sufrido Conmigo.
¡Invitadles a Resucitar Conmigo! No saben qué hacer. No sabéis qué hacer, hijos míos. Están confundidos. No encuentran respuesta. ¡Vosotros la tenéis! ¡¡Dádsela!!
Jamás nadie confió en el Señor y quedó defraudado. ¡Oh! ¡qué momentos más duros, Jesús mío!
Sí lo son. Y más que os están por venir. Cuando a todos os cubra el mar del dolor. Y llegará por los tobillos, por la rodilla, hasta por el cuello y hasta, algunos, ahogarse en él.
No seáis esos vosotros. ¡Venid Conmigo! Encontradle un sentido a todo esto.
Habrá muchas aves de rapiña que se aprovecharán de sus hermanos en estos momentos de debilidad. Aprovechaos vosotros, pero para llevar la gente a Dios. Aprovechad para no ser esos buitres, sino esos Ángeles que les pondrán en contacto conmigo.
«Yo no sé rezar», os decía ese niño ayer. ¡Enseñadle! ¡Enseñadle!
Pretenderán buscar en el sentimentalismo la solución. ¡No está ahí! ¡No está ahí!
¡Oh!, al pueblo español, ¡no se os engaña! ¡No se os engaña! Sabéis que el bien está en los valores nobles, altos. Os viene de raza. Lo que ocurre es que lo habéis olvidado. ¡Recordádselo! ¡Recordádselo!
Poned lo mejor de vosotros mismos. Yo pondré es resto. ¡Enseñad al pueblo, a vuestro pueblo, los valores morales auténticos! ¡Gritad bien alto la Única y Verdadera Devoción! ¡Conducid a la gente a la Eucaristía! ¡Propagad mi Devoción! Moved a las gentes, a la familia entera, a rezar un Rosario por la paz.
Sí, lo quiero. ¡Propagad mi Devoción!
Habladles, hijos, -lo han olvidado- de la Verdadera Devoción para los siglos. Habladles de la Eucaristía y de María. Salid a dar al mundo razón de vuestra esperanza.