sábado, 30 de agosto de 2014

La Lógica de la Cruz

Las Lecturas de la Liturgia de la Palabra, en el Domingo XXII del tiempo ordinario (Ciclo A), nos presentan la diferencia que existe entre razonar de un modo puramente humano, o razonar con la Lógica de Dios, que es la Lógica de la Cruz.

 

Jr 20, 7-9. La palabra del Señor se volvió oprobio para mí.
Sal 62. Mi alma está sedienta de ti, Señor Dios mío.
Rm 12, 1-2. Ofreceos vosotros mismos como hostia viva.
Mt 16, 21-27. El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo.

En la Primera Lectura, Jeremías explica brevemente y con símbolos las dos fuerzas que influyen en su vida. Por una parte están los hechos y acontecimientos que le inclinan a pensar que ser profeta le ha acarreado solo males. Ha tenido que sufrir mucho por mantenerse fiel a la Palabra de Dios y anunciar a los hombres sus designios. Por otra parte está ese “fuego ardiente”, prendido en sus huesos que, aunque trataba de ahogar, no podía. ¿Qué es ese “fuego ardiente” sino la misma Palabra de Dios que es Verdad y Fuerza, al mismo tiempo; que tiene un contenido noético y dinámico de tal magnitud, que es imposible resistirse a Ella.

En la experiencia de Jeremías nos vemos reflejados todos los hombres. San Pablo lo expresa muy bien cuando dice que hay como dos fuerzas que luchan dentro de él: “veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rm 7, 23).

En la Segunda Lectura, San Pablo nos aconseja: “Y no os amoldéis a este mundo, sino por el contrario transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto”.

Se puede razonar con una lógica humana o con la Lógica de Dios. Si vivimos una vida contemplativa, de oración y presencia de Dios habitual, poco a poco se nos irá haciendo más “natural” pensar como “piensa” Dios; querer lo que quiere Dios; dar un enfoque sobrenatural y verdadero (en el más profundo sentido de la palabra) a todo lo que nos sucede. No razonaremos “como los hombres” sino “como Dios” (ver Evangelio).

Efectivamente, la Iglesia nos presenta hoy el ejemplo de Pedro, a quien Jesús reprocha por su falta de sentido sobrenatural. Lleva ya casi tres años con Jesús y todavía no comprende las cosas como Dios las ve, como son en realidad. Todavía está un poco ciego, porque aún no ha asimilado el Misterio de la Cruz. Por eso Jesús anuncia a sus discípulos su Pasión y Muerte, y les dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame; pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16, 24-25).

Dios pone en nuestra alma un fuerte deseo de trascendencia. Es el “deseo de Dios” que reside en todo hombre. Lo expresa muy bien el Salmo 62, de David: “Dios, tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin agua”.

“El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia sí al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 27).

Es el mismo “deseo” en forma de fuego que quema por dentro a Jeremías y que le hace buscar la Palabra de Dios para darla a conocer a sus hermanos.

¿Cómo podemos encender dentro de nosotros el “deseo de Dios”? Basta que lo queramos, sinceramente y con seriedad. En una ocasión una hermana de Santo Tomás de Aquino le preguntó que necesitaba para ser santa. Y Doctor Angélico le respondió, según iba caminando y sin detenerse: “Querer”.

Y podemos recordar aquí el punto 316 de Camino: “Me dices que sí, que quieres. –Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer? –¿No? –Entonces no quieres”.

La conclusión es que, si queremos razonar con la Lógica de Dios, tenemos que fomentar el “deseo de Dios” en nuestro corazón. ¿Cómo? Deseándole en la oración, en los Sacramentos (especialmente en la Eucaristía), y durante el día, en todo momento: cuando trabajamos y descansamos; cuando reímos o sufrimos; cuando buscamos encontrar el rostro de Cristo en nuestros hermanos, particularmente en los más pobres y necesitados…

Reproducimos, a continuación, dos mensaje de la Virgen a Marga sobre la necesidad de abrazar la Cruz (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul).

Mensaje del 24 de mayo de 1999 (fragmento)

Virgen:

“¡Escuchad a vuestra Madre!, preparaos, morid a vosotros mismos. ¡Estáis tan llenos de vosotros! ¡Llenaos de Dios!
Queréis gozar y deberíais querer sólo sufrir, pues la hora se acerca y muchos no podréis resistir, debido a vuestra regalada vida anterior, de la cual no os enmendasteis. Enmendaos. Aceptad mi Cruz y tomad la de Cristo. Queréis cargar con la de Cristo y cuando llega el momento, la arrojáis al suelo, rechazándola de vosotros.
Quien pretenda salvarse solo, se condenará. Dad la vida por los pecadores y os salvaréis.
En la Mesa del Sacrificio no hay víctimas y las pocas que hay, vuelven a salirse por su propio pié en el momento de la verdad.
Vosotros sois vuestro peor enemigo. Morid, morid a vosotros mismos.
¿Habéis preguntado por los gustos de Dios? Escuchad, escuchadle, habla en el silencio. Haced silencio. ¡Tanto ruido en vuestras almas! Escuchad..., escuchad...

Mensaje del 19 de agosto de 2007 (completo)

Virgen:

¡Marga! Hija mía, quisiera en ti una sintonía absoluta de corazones. Que estuvieras muy íntimamente unida a Mí, de tal forma que todo lo Mío fuera tuyo. Que tú fueras Yo para la gente. Que te olvidaras de lo que tú tienes que dar.
Es sólo en la Cruz donde vas a alcanzar gloria. Por tanto, bendíceme por cada cruz que Yo te doy, agradéceme las cruces de tu vida. Míralas como un don de Amor de Dios a ti. Si no tuvieras ese don, si cada día no sintieras la punzada de esa cruz, dime, hija mía, ¿en qué serías semejante a Mí? Soy «La que siempre tuvo en su Corazón la Cruz» durante todos los días de su vida en la tierra. Para gozar de esta Gloria en el cielo.
Piensa que esto es pasajero, que pronto vendrás conmigo para verme cara a cara, tal cual Soy. No velada y en la fe. Cara a cara, tal cual Soy.




sábado, 23 de agosto de 2014

Las Llaves del Reino

En el Evangelio del Domingo XXI durante el año, meditamos la escena que ocurre en Cesarea de Filipo. Jesucristo se encuentra, con sus apóstoles, al norte de Israel, cerca de las fuentes del Jordán y del monte Carmelo. El Señor escoge ese lugar para realizar un acto importante de la fundación de su Iglesia. Confiere a Pedro, y a los demás pastores que vendrán detrás de él, las Llaves del Reino.  


Las Lecturas son las siguientes:

·        Is 22, 19-23. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David.
·        Sal 137. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.
·        Rm 11, 33-36. Él es origen, guía y meta del universo.
·        Mt 16, 13-20. Tú eres Pedro y te daré las llaves del reino de los cielos.

Yahvé manda al profeta Isaías presentarse ante Sebná, mayordomo del palacio del rey, para darle una lección, pues ponía su corazón en labrarse en lo alto una tumba y tallar en la peña su morada. De esta manera pretendía exaltar su autoridad, sin darse cuenta de que sólo era un siervo de Dios. Por eso le dice: “Te empujaré de tu peana y de tu pedestal te apearé” (Is 22, 19).

La lección es clara: toda la autoridad viene de Dios. Quien tiene alguna función de gobierno, en esta tierra, debe buscar, ante todo, ser humilde y sencillo. “Los reyes de la tierra cantan los caminos de Yahvé. ¡Qué grande es la gloria de Yahvé! (…), ve al humilde y al soberbio lo conoce desde lejos” (ver Salmo).

Dios dirige la historia y quiere que algunas personas participen de su autoridad. Por eso, concede “el poder de las llaves” (ver Evangelio). Este poder no es un lugar de encumbramiento personal. Se trata de un servicio (ver Primera Lectura).

El 26 de mayo de 2010, Benedicto XVI hacía una reflexión sobre el “Munus regendi”, es decir, sobre la misión del sacerdote de gobernar, de guiar, con la autoridad de Cristo, no con la propia, la porción del Pueblo que Dios le ha confiado. ¿Qué es para nosotros la autoridad?, se preguntaba el Papa.

La autoridad —decía—, “cuando se ejercita sin una referencia a lo Trascendente, si prescinde de la Autoridad suprema, que es Dios, acaba inevitablemente volviéndose contra el hombre. Es importante entonces reconocer que la autoridad humana nunca es un fin, sino siempre y sólo un medio y que, necesariamente y en toda época, el fin es siempre la persona, creada por Dios con su propia dignidad intangible y llamada a relacionarse con su propio Creador, en el camino terreno de la existencia y en la vida eterna; es una autoridad ejercitada en la responsabilidad ante Dios, el Creador. Una autoridad entendida así, que tiene como único objetivo servir al verdadero bien de la persona y ser transparencia del único Sumo Bien que es Dios, no sólo no es extraña a los hombres, sino, al contrario, es una preciosa ayuda en el camino hacia la plena realización en Cristo, hacia la salvación”.

En la Iglesia, Cristo apaciente a su grey a través de los Pastores: “es Él —continuaba el Papa— quien la guía, la protege, la corrige, porque la ama profundamente. Pero el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro, y los sacerdotes, sus más preciosos colaboradores, participaran en esta misión suya de cuidar del Pueblo de Dios, de ser educadores en la fe, orientando, animando y sosteniendo a la comunidad cristiana, o, como dice el Concilio, “cuidando, sobre todo, de que cada uno de los fieles sea guiado en el Espíritu Santo a vivir según el Evangelio su propia vocación, a practicar una caridad sincera y de obras y a ejercitar esa libertad con la que Cristo nos ha liberado (Presbyterorum Ordinis, 6)”.   

Quien ejerce la autoridad, especialmente en la Iglesia, ha de estar unido a Jesucristo, Pastor Supremo de las almas: “en la base del ministerio pastoral está siempre el encuentro personal y constante con el Señor, el conocimiento profundo de Él, el conformar la propia voluntad a la voluntad de Cristo”.

Benedicto XVI, en aquella catequesis del 26 de mayo de 2010, explicaba que hay que entender bien la palabra “jerarquía”: “En la opinión pública prevalece, en esta realidad “jerarquía”, el elemento de subordinación y el elemento jurídico: por eso a muchos la idea de jerarquía les parece en contraste con la flexibilidad y la vitalidad del sentido pastoral y también contraria a la humildad del Evangelio. Pero éste es un sentido mal entendido de la jerarquía, históricamente también causado por abusos de autoridad y de hacer carrera, que son precisamente abusos y no derivan del ser mismo de la realidad “jerarquía”. La opinión común es que “jerarquía” es siempre algo ligado al dominio y así no correspondiente al verdadero sentido de la Iglesia, de la unidad en el amor de Cristo. Pero, como he dicho, ésta es una interpretación errónea, que tiene su origen en abusos de la historia, pero no responde al verdadero significado de lo que es la jerarquía”.

La palabra “jerarquía” ha de traducirse por “sagrado origen”, “es decir: esta autoridad —dice el Papa— no viene del hombre mismo, sino que tiene su origen en lo sagrado, en el Sacramento; somete por tanto la persona a la vocación, al misterio de Cristo, hace del individuo un servidor de Cristo y sólo en cuanto siervo de Cristo éste puede gobernar, guiar por Cristo y con Cristo”.

Los pastores, en la Iglesia, están ligados con un triple lazo: 1) a Cristo, 2) a los demás pastores de la Iglesia (comunión jerárquica), 3) a los fieles. El Papa también lo está, dice Benedicto XVI: “Tampoco el Papa —punto de referencia de todos los demás Pastores y de la comunión de la Iglesia— puede hacer lo que quiera; al contrario, el Papa es custodio de la obediencia a Cristo, a su palabra resumida en la regula fidei, en el Credo de la Iglesia, y debe preceder en la obediencia a Cristo y a su Iglesia”.

Por lo tanto, las llaves del Reino, concedidas por Cristo a Pedro (ver Evangelio) y a los demás pastores de la Iglesia, han de utilizarse bien. “Sin una visión claramente y explícitamente sobrenatural —afirma Benedicto XVI—, no es comprensible la tarea de gobernar propia de los sacerdotes. Ésta, en cambio, sostenida por el verdadero amor por la salvación de cada uno de los fieles, es particularmente preciosa y necesaria también en nuestro tiempo”.

Se ejerce esta autoridad —dice el Papa—, “a menudo yendo a contracorriente y recordando que el más grande debe hacerse como el más pequeño, y el que gobierna, como el que sirve (cf Lumen gentium, 27)”.

Sólo en Cristo podrá encontrar el pastor la fuerza para cumplir la misión que se le ha encomendado. “La manera de gobernar de Jesús —aclara Benedicto XVI— no es la del dominio, sino es el humilde y amoroso servicio del Lavatorio de los pies, y la realeza de Cristo sobre el universo no es un triunfo terreno, sino que encuentra su culmen en el leño de la Cruz, que se convierte en juicio para el mundo y punto de referencia para el ejercicio de una autoridad que sea verdadera expresión de la caridad pastoral”.

Hacia el final de su reflexión, Benedicto XVI concluía con estas palabras: “No hay, de hecho, bien más grande, en esta vida terrena, que conducir a los hombres a Dios, avivar la fe, levantar al hombre de la inercia y de la desesperación, dar la esperanza de que Dios está cerca y guía la historia personal y del mundo: éste, en definitiva, es el sentido profundo y último de la tarea de gobernar que el Señor nos ha confiado”.

Reproducimos, a continuación, un mensaje de Jesús a Marga sobre los pastores en la Iglesia (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul). En cursiva y con un guion que las precede indicamos las intervenciones de Marga. Se trata de un mensaje fuerte, pero claro y que vale la pena meditar despacio, para estar vigilantes y rezar mucho por nuestros pastores.

En este sentido son muy oportunas las palabras de la Segunda Lectura: “¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos! Pues ¿quién conoció los designios del Señor? o ¿quién llegó a ser su consejero?, o ¿quién le dio primero algo, para poder recibir a cambio una recompensa? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él la gloria por los siglos. Amén”.

Mensaje del 5 de diciembre de 2005

Jesús:

Hola, Jesús.
Hola. ¿Cómo estás hoy?
Un poco cansada.
¿Aburrida?
Sí, un poco aburrida.
¿Te vienes a dar una vuelta Conmigo?
Sí. ¿A dónde vamos, Señor?
A ver mis campos. Ven.
(Me coge del hombro y vamos paseando mientras me habla)
Esto que ves ahí son las ovejas sin pastor.
¿Qué hacen?
Esperan al pastor. ¿Quieres ser tú el pastor que las pastoree?
Sí, Señor, si Tú lo quieres.
Lo quiero.
Lo quiero.  ¿Y lo de más allá?
Son los niños pobres y harapientos que llaman a la puerta.
¿Qué puerta?
La de los corazones misericordiosos. ¿Quieres ser tú un corazón que se apiade de ellos y les de qué comer y qué vestir?
—  Sí, Jesús, si Tú lo quieres.
Lo quiero.
— Lo quiero yo también.
Ahora piénsatelo, niña, pues no es fácil lo que te encargo y requiere mucha fortaleza y mucha confianza.
— Quiero verlo, Jesús, Amor mío.
Aquí está.
— ¿Y qué he de hacer?
Ve a decirles lo que deben hacer.
¿Y qué deben hacer?
Orar con el pueblo ante la Eucaristía y con María. Orar con el pueblo. Dar ejemplo. Dar ejemplo. No tantas reuniones, no tantos programas: orar, orar, orar.
—  Vale, Jesús. Son los Obispos de España.
Sí, niña mía.
—  Me dirán que eso ya lo hacen.
Te dirán. Pero no es verdad. Que lo hagan. Que lo hagan.
Quiero que la Curia se vuelva a Mí para que el Pueblo se vuelva a Mí. Hay preocupaciones entre ellos que no son de Dios. Se preocupan por el gobierno, y razón no les falta, pero mira que el principal peligro para vuestra Patria son ellos y cada uno de vosotros, cristianos, si no estáis unidos a Mí. ¿Por qué? Porque ante el Temporal que se os avecina sobre la Iglesia, no veréis claro. Cada uno tomará un lado sin saber dónde ir. Y si estuvierais unidos a Mí, veríais clarísimo, con la claridad de Dios.
Escucha pues. Aveza tu oído a mi Voz. Es importante esto que voy a decirte.
«Se alzará pueblo contra pueblo, nación contra nación». Dentro de vuestra misma casa, guerra entre hermanos por defender a mi Nombre. Dentro de la Iglesia división de opiniones en lo esencial. División en dos partes. Los fieles y los infieles. Los fieles a la Tradición, los infieles a ella. Dentro de mi Casa un Cisma de división abierto y claro, desde donde hará falta establecer posiciones abiertas y claras. No habrá medianías. O Conmigo o contra Mí.
— ¿Cisma?
Sí. Y los que no estén atentos, por miedo o cobardía inclinará su balanza hacia el otro lado, el lado contrario.
— ¿Qué lío es éste?
Éste es el lío que está para sucederos: dentro de mi Casa división contraria abierta de opiniones, en la que cada uno deberá tomar su posición. Con todas sus consecuencias. Los Obispos se hallan ahora discutiendo cómo hacerlo. Y hallarán la fórmula. Y os la propondrán a los fieles. ¡Tienes que ir en medio de ellos y decirles que eso no lo quiero Yo! ¡No es Voluntad de Dios!
Mis ovejas se dividen entre buenas y malas. Viene el Fin de los Tiempos.
Escucha, no te vayas.
— ¿Qué pinto en medio de los Obispos? Se van a reír de mí.
Que rían los incautos. Que teman los malvados. Que se alegren con Dios los que buscan la salvación.
— ¿Tú piensas que podré hacerlo?
Sí. Por eso te lo encargo.
— Jesús, ésta es la locura más grande que he oído en mi vida.
Esta es la locura más grande que has visto en tu vida.
— Jesús, ¿ellos no saben que viene el Cisma?
No, ellos buscan una modernización. Buscan defender los intereses de Dios ante los ataques, reduciendo la exigencia de la Tradición y el Evangelio. Y eso no defenderá nada. Eso os buscará la ruina.
Ante los ataques reales contra vosotros, y para que no se vuelva a repetir la situación de España en el 36, habrá una reforma eclesial NO querida por Mí. Las ovejas se repartirán entre un lado y otro. España sin pastor.
— Eso es imposible, Jesús.
Eso es posible. Te mando que les adviertas lo que están a punto de hacer.
Yo advierto a mis ovejas antes de enviar Castigos. Los que no sean fieles a la Voluntad de Dios perecerán entre terribles dolores de espanto cuando les llegue la hora. Mientras, mi persecución a los santos hará que se llenen de gloria y envíen almas para la gloria en estos tiempos difíciles. Se necesitan grandes oblaciones, grandes sacrificios para salvar a mis hijos del pecado, para arrancarlos de las garras del Malo.
Lo que Yo te mando no es nada raro. Comunico lo mismo a mis profetas de uno y otro continente.
— Es verdad, en Medjugorje pude verlo.
¿Y no sabes tú que España silencia sistemáticamente todas mis manifestaciones poderosas entre vosotros? ¿A qué crees que sea debido?
— ¿Porque desde España se pretende lanzar el Anticristo?
Sí. Exacto. Terreno propicio. Han abonado el terreno
— ¡Oh, Jesús mío! ¡Es muy angustioso todo!
Sí. Participa de ésta mi Angustia. Pero si al menos quedase un resto fiel en vuestra Patria... Yo podría volverles a Mí.
— Aquí estamos, Jesús.
¿Renuevas tu Consagración a Mí?
— Renuevo mi Consagración a Ti.

sábado, 16 de agosto de 2014

Dios nos llama a todos los hombres a su amor

Podríamos decir que el tema principal de las Lecturas del Domingo XX durante el año (Ciclo A), que celebraremos mañana, es el la Llamada universal a la salvación. Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4). Dios no hace acepción de personas. A todos los hombres les da el don de la fe, pues “sin la fe es imposible agradar a Dios” (Hb 11, 6).


Las Lecturas son las siguientes:

Is 56, 1. 6-7. A los extranjeros los traeré a mi monte santo.
Sal 66. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Rm 11, 13-15. 29-32. Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
Mt 15, 21-28. Mujer, qué grande es tu fe.

El Profeta Isaías (Primera Lectura), que vivió en el Reino de Judá, en el siglo VII antes de Cristo, ya menciona como la Casa de Dios, que es un recinto de oración, está abierta a todas las naciones, no solo a los judíos.

Dios desea que todos los pueblos lo alaben y le den gracias (Salmo) porque es Misericordioso con todas las gentes.

Misteriosamente —nos dice San Pablo— la vocación y los dones de Dios son irrevocables. Por eso, aunque los judíos no se hayan convertido al cristianismo, Dios no los deja y, si grande fue su caída, mayor será su elevación, cuando llegue el momento de su conversión, al final de los tiempos (Segunda Lectura).

Es verdad que Jesús había venido a llamar a las ovejas perdidas de  la Casa de Israel, pero su misión era universal. El episodio de la cananea, que muestra una gran fe —al pedir a Jesús la curación de su hija con gran perseverancia—, nos revela cómo Jesús viene a llamar a todos (Evangelio), sin distinción alguna.

Aunque Jesús llama a todos, no todos lo reciben. Mientras estamos aquí en el mundo terrenal, todos somos pecadores y todos podemos ser santos (aún el más grande pecador). No sabemos quiénes serán “hijos de las tinieblas” y quienes “hijos de la luz”. Los esenios del Qumram decían: "Amarás a todos los hijos de la luz y odiarás a todos los hijos de las tinieblas". Jesucristo enseña que hemos de amar a todos. Solo al final se separará el trigo de la cizaña: los “hijos de las tinieblas” y los “hijos de la luz”.

¡Trabajemos mientras tenemos tiempo! ¡Dediquemos todos nuestros esfuerzos a anunciar el Evangelio a todos! ¡Procuremos manifestar con nuestra vida, nuestro ejemplo y nuestras palabras el gran Amor que Dios nos tiene!

Pongamos por intercesora a María, Nuestra Madre, la Mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies...; la Mujer del Apocalipsis; la Capitana del Gran Ejercito que lucha contra el Dragón, nos marca el Camino nos da las armas para luchar contra él, nos alienta en el día de la prueba y nos conduce a Cristo. 

Reproducimos, a continuación, dos mensajes a Marga sobre el Amor de Dios a los hombres: uno de la Virgen y otro de Jesús (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el TomoAzul).

Mensaje del 25 de mayo de 1999

Virgen:
¡No ahoguéis el Espíritu! Habrá grandes apóstatas y grandes santos. ¿Entre cuáles queréis estar?

Recibid al Espíritu. Que desaparezca vuestro hombre viejo. Morid a vosotros mismos. Yo ahora os preparo a morir a vosotros mismos, ¿no os dais cuenta?

¡Quered todo lo que quiera Dios! Lo de Dios no son caprichos, lo vuestro sí. Lo de Dios es Amor Infinito a sus criaturas y dádivas amorosas para que vayan a El, asciendan a su perfección.

¡Qué poco conocéis el Amor de Dios, el Don de Dios! ¡A pesar de llamaros «los suyos»! Y si los suyos no le reconocen, ¿quién te reconocerá, oh, Dios mío?

¡Todavía no envíes tu Ira! Déjame prepararlos otro poco más. Oh, Dios, detén tu Mano contra tu perversa humanidad, que reniega y aborrece tu Nombre Santo. Déjame que Yo te prepare un Resto puro y abnegado, un Resto pulido en el crisol del sacrificio. Tu Resto fiel.

¡Escuchad a vuestra Madre!, preparaos, morid a vosotros mismos. ¡Estáis tan llenos de vosotros! ¡Llenaos de Dios!

Queréis gozar y deberíais querer sólo sufrir, pues la hora se acerca y muchos no podréis resistir, debido a vuestra regalada vida anterior, de la cual no os enmendasteis. Enmendaos. Aceptad mi Cruz y tomad la de Cristo. Queréis cargar con la de Cristo y cuando llega el momento, la arrojáis al suelo, rechazándola de vosotros.

Quien pretenda salvarse solo, se condenará. Dad la vida por los pecadores y os salvaréis.

En la Mesa del Sacrificio no hay víctimas y las pocas que hay, vuelven a salirse por su propio pié en el momento de la verdad.

Vosotros sois vuestro peor enemigo. Morid, morid a vosotros mismos.

¿Habéis preguntado por los gustos de Dios? Escuchad, escuchadle, habla en el silencio. Haced silencio. ¡Tanto ruido en vuestras almas! Escuchad..., escuchad...

Mensaje del 9 de abril de 2001

Jesús:
Vosotros juzgáis el Amor de Dios muy ínfimo, creéis que es puramente humano, asemejáis el Amor de Dios al de un hombre, y no es así. El Amor de Dios excede a todo conocimiento, va más allá de lo que puede imaginar la mente de un hombre. El Amor de Dios no devuelve con la misma moneda al hombre. El Amor de Dios es Poderoso, excede a vuestra imaginación. Imaginad el más puro y poderoso amor de mundo, y no tiene parangón, no se puede comparar. Con vuestras mentes no lográis alcanzarlo, es necesario que os dejéis manejar por mi Espíritu. Aprended, como María, a ser dóciles a mi Espíritu, así podréis dar todo lo que Yo os pido, todo lo que se os requiere. Así podréis responder al Amor de Dios, que excede todo conocimiento, toda creación.

Yo escribí una vez cartas de amor a mi novia, mi crea-tura. La novia las rompió y las arrojó al fuego. 

¿Puedo así comunicarme con alguien que no quiere oírme? Válgame Dios, que aunque fuera el más elocuente de los enamorados, a la novia que ha cerrado su oído, no puedo comunicarle nada, no puedo decirle nada.

¿Por qué no me escucháis? Creaturas ingratas que os preguntáis todavía: «¿qué debemos hacer?, ¿a dónde debemos ir?» Yo ya os lo he dicho. Actuad en consecuencia.


sábado, 9 de agosto de 2014

Silencio para escuchar a Dios

En las lecturas de la Misa de mañana, Domingo XIX durante el año, descubrimos, escuchando la Voz del Espíritu en silencio, dónde y cómo Dios se manifiesta.


1R 19, 9a. 11-13a. Ponte de pie en el monte ante el Señor.
Sal 84. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación.
Rm 9, 1-5. Quisiera ser un proscrito por el bien de mis hermanos.
Mt 14, 22-23. Mándame ir hacia ti andando sobre el agua.

En la Primera Lectura, tomada del Primer Libro de los Reyes, Yahvé se manifiesta a Elías, en el monte Horeb, de una manera desconcertante, a primera vista: a través de una suave brisa o leve susurro. No en el huracán. No en el terremoto, no en el fuego.

En el Evangelio —que nos relata el episodio en que Jesús calma un fuerte viento en el Mar de Genesaret, y manda a Pedro ir hacia Él, caminando sobre las aguas—, el Señor se aparece a sus discípulos en el silencio de la  noche.

En la Segunda Lectura se puede reflexionar sobre la pena que tiene San Pablo porque los de su raza, —los israelitas, los que forman el Pueblo escogido— no se abren a la Nueva Alianza instaurada en Jesucristo. Dios ha querido abrir la salvación a todas las naciones, en la Iglesia, a través de la cual se manifiesta ahora al mundo. Pero los judíos, aunque son los destinatarios de las promesas, rechazan el plan de Dios porque, en definitiva, no alcanzan a ver sus designios en esa pequeña semilla de mostaza, insignificante, que es la Iglesia.

Las tres lecturas nos hablan, por tanto, de los misteriosos modos en los que Dios se manifiesta. Lo hace, sobre todo, de modo ordinario: en nuestra vida corriente. Todos los días recibimos mil llamadas suyas. Tendríamos que descubrir a Dios en el orden de la Creación, en el milagro que supone nuestra propia existencia, en los sucesos de la vida diaria que nos gritan la presencia del Señor, muy cerca de nosotros.

Todo depende de nuestra capacidad de percibir los signos de Dios a nuestro alrededor. Si hacemos oración y procuramos mantener un diálogo continuo con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no nos será difícil ver a Dios en todo, y darle gracias por todo.    

Lo que se recibe, se recibe al modo del recipiente”, reza un viejo refrán escolástico. Todo depende de nuestra sensibilidad espiritual, del amor de Dios que está en nuestro corazón. Dios lo ha puesto ahí, como una semilla, pero hay que cultivarlo y facilitar que crezca y se desarrolle.

Dios habla en el silencio. ¡Qué importante es callar, para escuchar la voz de Dios y dejar que Él nos hable!

“El viento sopla donde quiere”, dice Jesús en el famoso coloquio con Nicodemo. El Espíritu puede manifestarse en la vida de los hombres en las formas más libres e inesperadas. El “se recrea en el orbe de la tierra”. Pero existe una regla, una exigencia ordinaria se impone a todo el que quiera captar las ondas del Espíritu. Y esta es: la interioridad. La cita para el encuentro con el inefable Huésped está fijada dentro del alma. Dulces hospes animae, dice el admirable himno litúrgico de Pentecostés. El hombre es “templo” del Espíritu Santo, nos repite San Pablo (cfr. Pablo VI, Catequesis del 17 de mayo de 1972).

Es necesario el silencio interior para escuchar la palabra de Dios, para experimentar la presencia, para sentir la vocación de Dios. Nuestra psicología hoy es demasiado extravertida: la escena exterior es tan absorbente que nuestra atención está prevalentemente fuera de nosotros, estamos casi siempre fuera de nuestra casa personal; no sabemos meditar, no sabemos rezar; no sabemos hacer callar el estruendo interior de los intereses exteriores, de las imágenes, de las pasiones (ibídem).

“Es el Espíritu Santo muy amante del reposo y quietud; pero de ese reposo que siente el alma cuando no busca ni quiere otra cosa que a su Dios” (Francisca Javiera del Valle, Decenario del Espíritu Santo, p. 54).

«La actividad del Espíritu Santo pasa inadvertida. Es como el rocío que empapa la tierra y la torna fecunda, como la brisa que refresca el rostro, como la lumbre que irradia su calor en la casa, como el aire que respiramos casi sin darnos cuenta» (Don Álvaro del Portillo, Carta del 1° mayo de 1986).

Se comprende que sólo podremos encontrar a Dios si entramos en nosotros mismos mediante el silencio interior. «Es el divino silencio que se hace en el alma cuando el hombre —invocando humildemente la ayuda del Espíritu Santo— consigue acallar en su mente y en su corazón las voces de la imaginación incontrolada, del egoísmo o de las pasiones, para escuchar —en una quietud humilde y enamorada— solamente la voz de Dios» (Card. Julián Herranz, Atajos del silencio, p. 126).

Lo dice la Madre Teresa de Calcuta: «El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz».

Ella (la Madre Teresa de Calcuta) sabía que en la raíz de la unión con Dios estaba el silencio, ya que Dios era el «amigo del silencio». Decía:

“Necesitamos silencio para estar a solas con Dios, para hablar con él, para escucharle, para sopesar sus palabras en lo más hondo de nuestro corazón. Necesitamos estar a solas y en silencio con Dios para sentirnos renovadas y transformadas. El silencio nos da una nueva visión de la vida. En él nos sentimos llenas de la energía del propio Dios, que hace que lo hagamos todo con alegría”.

Su silencio debía ser necesariamente interior, ya que la mayoría de las veces estaba rodeada de ruido e inquietud. Por tanto, para posibilitar el auténtico silencio interior dijo a las hermanas que debían practicar:

Silencio de los ojos, abriéndolos continuamente a la belleza y la bondad de Dios en todas partes, y cerrándolos a los defectos de los demás y a todo lo que es pecaminoso o perturbador para el espíritu”.

Silencio de los oídos, atentos siempre a la voz de Dios y al llanto del pobre y el necesitado, cerrándolos a todas las voces que vienen del mal o de cuanto de negativo hay en la naturaleza humana, por ejemplo, la murmuración, el chismorreo, los comentarios poco caritativos.

Silencio de la lengua, para alabar a Dios y decir Su palabra, que da vida y que es la Verdad que ilumina e inspira, aporta paz, esperanza y alegría, y evitar la autodefensa y cualquier palabra que provoque confusión, inquietud, dolor y muerte.

Silencio de la mente, abriéndola a la Verdad y al conocimiento de Dios a través de la plegaria y la contemplación, como María cuando meditó en las maravillas del Señor en su corazón, y cerrándola a todas las mentiras, distracciones y los pensamientos destructivos, como juicios temerarios, desconfianzas en relación con los demás, pensamientos y deseos de venganza.

Silencio del corazón, amando a Dios con toda el alma, la mente y la fuerza, y a los demás como Dios los ama, deseando sólo a Dios y evitando todo egoísmo, odio, envidia, celos y codicia” (Kathryn Spink, Madre Teresa, Plaza & Janés, México 1977, pp. 111-112).

Por tanto, no hay que tener miedo a que la práctica continua de la oración nos aísle de los demás: «Recogerse no es alejarse, aislarse. Es abrazar. Es re-coger en Dios a los otros y a las cosas que tenemos a nuestro alrededor» (Cita de San Josemaría Escrivá, recogida por J. Herranz, Atajos del silencio).

Reproducimos, a continuación, varios trozos de mensajes a Marga, de Jesús y de la Virgen (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul) en los que el Señor y María le hablan del silencio.

25 de mayo de 1999 (Virgen): “¿Habéis preguntado por los gustos de Dios? Escuchad, escuchadle, habla en el silencio. Haced silencio. ¡Tanto ruido en vuestras almas! Escuchad..., escuchad...”.

20 de julio de 1999 (Virgen): “Dios nunca fuerza, El invita, El llama con Susurros de Amor a su criatura que, si está muy pendiente del mundo, no le oye. Ha de hacer silencio, que es donde se oye el Murmullo suave de la Voz de Dios, que es como Arroyuelo limpio que cae en dulce Cascada y moja a sus pequeñuelos. Poneos debajo, recibid el Agua de la Salvación”.

1 de marzo de 2005 (Jesús): “Manifestaciones extraordinarias: Es el camino que Yo empleo para esta Hora, donde casi nadie me escucha ya. Manifestaciones extraordinarias, porque las ordinarias no las atienden. ¡No me escucháis! No me escucháis ya.
Os hablo a través de los libros, de las buenas lecturas que nadie compra.
Os hablo a través de la Biblia, la Palabra de Dios que nadie lee.
Os hablo a través de la Eucaristía que (casi) nadie recibe en Gracia.
Os hablo a través de la oración, que nadie hace.
Os hablo a través del silencio, que nadie emplea, a través de la pobreza y las privaciones voluntarias, que nadie busca.
Y finalmente os hablo a través de mi Madre, a quien ya nadie acude. ¡¡¿Cómo podréis escucharme?!!”.

19 de abril de 2007 (Jesús): “En casa, tu Ángel vela tu sueño, acaricia tu rostro y enciende una luz en tu cabeza. Te habla: «Marga... recuerda... uno sólo es el Señor, al Señor sólo adorarás, sólo a Él darás culto»." Su Voz, apenas perceptible por el oído, podrás oírla en tu alma, si estás en sintonía con él, si haces silencio. Verás, sin televisión, cómo se llena tu casa de las Voces espirituales del Espíritu de Dios. Cómo te llaman a todas horas a la oración, al contacto con Él. Cómo todas las realidades se hacen hermosas. Así, comunícate con los Ángeles de la Guarda de tus hijos y de tu marido. Así, cuando alguien llame al teléfono o a la puerta, encontrará una Marga siempre dispuesta a ayudarle y a escucharle”.

sábado, 2 de agosto de 2014

La ley de la abundancia

Mañana, Domingo XVIII durante el año, la Liturgia de la Palabra se centra en el cuidado que Dios tiene de sus hijos, a quienes nos proporciona todos los medios, en la Iglesia, para alcanzar el Reino de los Cielos.


Lecturas de la Misa:

Is 55, 1-3. Venid y comed.
Sal 144. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.
Rm 8, 35. 37-39. Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo.
Mt 14, 13-21. Comieron todos hasta quedar satisfechos.

El milagro de la multiplicación de los panes y de los peces (ver Evangelio), en el que sobraron doce canastos de comida, es una manifestación de la sobreabundancia de los dones de Dios. Lo mismo sucede con el milagro de la conversión de unos 600 litros de agua en el mejor de los vinos, en Caná de Galilea.

“En la mente de los evangelistas ambos relatos tienen algo que ver con la Eucaristía, figura central del culto cristiano; la presentan así como la abundancia divina que supera infinitamente todas las necesidades y todo lo que legalmente puede exigirse” (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, p. 225).

Jesús hace las cosas como Dios: con magnanimidad. 

Sigamos leyendo el comentario del Card. Ratzinger en Introducción al cristianismo (las negritas son nuestras).

“Los dos relatos, pues, por su carácter eucarístico tienen algo que ver con Cristo y a él remiten: Cristo es la infinita autoprofusión de Dios.

Ambos relatos aluden también, lo mismo que el principio “para”, a la estructura fundamental de la creación en la que la vida produce millones de gérmenes para que nazca un ser viviente; en la creación se reparte todo el universo para preparar un lugar al espíritu, al hombre. La abundancia es el signo característico de Dios en la creación, porque Dios, como decían los Padres, “no reparte sus dones según una medida”.

La abundancia es también el auténtico fundamento y forma de la historia de la salvación que, a fin de cuentas, no es sino el acontecimiento por el que Dios, en su liberalidad incomprensible, no sólo da el universo, sino que se da a sí mismo para salvar a un grano de arena, al hombre. Repitámoslo: la abundancia es la más adecuada definición de la historia de la salvación.

Es absurdo para las personas calculadoras el que Dios deba prodigarse al hombre. Sólo el amante puede comprender lo absurdo del amor; la ley del amor es la entrega, lo suficiente es lo abundante; si es cierto que la creación vive de lo abundante, si el hombre es un ser para quien lo abundante es lo necesario, ¿nos extrañará de que la revelación sea lo abundante y, por eso, lo necesario, lo divino, el amor en el que se realiza el sentido del universo?”.

Por otra parte, el Señor, en el Sermón de la Montaña, nos presenta una meta muy alta a alcanzar, en la vida moral: “Se os ha dicho…, pero yo os digo”. “Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5,2).

Siempre estamos en deuda con Dios. Nunca podemos justificarnos y pensar que ya hemos cumplido bien nuestro deber.

De esta manera, el Señor, al hacernos ver nuestra insuficiencia y su magnanimidad, nos pone en nuestro verdadero sitio: somos mendigos, delante de Dios, pero receptores de su infinito amor. Por eso, aunque somos mendigos, podemos seguir el ejemplo del Señor: ser liberales también nosotros, para dar con generosidad los dones recibidos tan abundantemente.

El Cardenal Ratzinger lo explica bien en su Introducción al Cristianismo: “Quien no es todavía cristiano calcula lo que debe hacer, y en sus artimañas casuísticas aparece con las manos limpias. Quien calcula dónde termina el deber y cómo se pueden prestar servicios excedentes mediante un opus supererogatorium, no es cristiano, sino fariseo. Ser cristiano no significa aceptar una determinada serie de deberes, ni tampoco superar los límites de seguridad de la obligación para ser extraordinariamente perfecto; cristiano es más bien quien sabe que sólo y siempre vive del don recibido; por eso la justicia sólo puede consistir en ser donante, como el mendigo que, agradecido por lo que le han dado, lo reparte benévolamente. Quien calcula, quien cree que él mismo puede lavarse las manos y justificarse, es el no-justificado. La justicia humana sólo se adquiere cuando se olvidan las propias exigencias, en la liberalidad para con el hombre y para con Dios. Es la justicia del “perdona, porque nosotros perdonamos”. Esta oración es la fórmula más adecuada a la justicia humana concebida cristianamente; consiste en perdonar, ya que el hombre vive esencialmente del perdón recibido.

Tan grande es el amor de Dios para los hombres que San Pablo se atreva a afirmar (ver 2ª Lectura) que nada nos podrá separar del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro.

Reproducimos, a continuación, varios trozos de mensajes de Jesús y de la Virgen a Marga (ver sitios sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul), en los que el Señor y María le hablan de Don de Dios.

24-V-1999 (Virgen): “¡Qué poco conocéis el Amor de Dios, el Don de Dios! ¡A pesar de llamaros «los suyos»! Y si los suyos no le reconocen, ¿quién te reconocerá, oh, Dios mío?

4-IX-2000 (Virgen): Cuidad y proteged a vuestros Sacerdotes, son el máximo don de Dios para vosotros. Rezad por ellos, sostenedlos con vuestras oraciones, dadles vuestro cariño. Por vosotros se entregan, sed fiel rebaño y cariñoso para ellos. Cuidadlos como oro en paño, ¡son mis hijos muy amados! Mi Corazón se derrite de gozo y de agradecimiento, de paz y amor pensando en ellos, en lo que han donado a Dios y en lo que donarán”.

2-VIII-2001 (Virgen): “¿Quién podrá resistirse al Amor de Dios? Nadie, hijos, nadie que lo conozca verdaderamente puede resistirse al Amor de Dios, que excede cualquier amor, que excede todo conocimiento, toda cosa creada, toda persona creada, todo don en el mundo, el don de Dios excede a todo, todo conocimiento, toda creación, el don de Dios es irresistible. Abríos al don de Dios y acoged su Espíritu para que os transforme y podáis transformar al mundo”.

5-VI-2002 (Jesús): “En la Iglesia, cada ser humano -hombre y mujer- es la «Esposa», en cuanto recibe el amor de Cristo Redentor como un don, y también en cuanto intenta corresponder con el don de la propia persona». «En el ámbito del «gran misterio» de Cristo y de la Iglesia todos están llamados a responder -como una esposa- con el don de la vida al don inefable del amor de Cristo, el cual, como Redentor del mundo, es el único Esposo de la Iglesia. En el «sacerdocio real», que es universal, se expresa a la vez el don de la Esposa»”.

14-VIII-2003 (Jesús): “¡Si comprendierais cuál es el don de Dios! ¡Oh, si meditarais más a menudo en la Encarnación!, veríais cómo el Amor de Dios, del Dios Eterno, rezuma por los cuatro costados. Veríais que vuestra realidad de la tierra se encuentra ya redimida. Que brota ya como un surtidor hacia la vida eterna. Veríais... oh, hijos... ¡seríais felices! Os llenaría el gozo y la alegría, vuestra vida cambiaría”.

12-III-2004 (Jesús): “Sí, miraos a vosotros mismos como depositarios de un inmenso don para repartir a los demás. Miraos como cauce de mis Gracias para el mundo, para España”.

1-III-2005 (Jesús): “¿Cómo podréis escucharme, oh, cruel generación que matáis a los profetas? Os envío profetas. Os envío el Don de profecía, que prolifera en estos Días y al cual no hacéis caso y al cuál perseguís hasta dar muerte”.

30-V-2006 (Jesús): “Quienes me acogen. Me aman. Por eso, cada vez que os mando sufrimientos, acogedlos. Agradecedlos como un gran don. Reconoceos así privilegiados míos. Mis elegidos. En quienes me complazco. Cuanto más sufráis, más me amaréis y más os asemejaréis a Mí y a mi Madre.

19-VIII-2007 (Virgen): “Es sólo en la Cruz donde vas a alcanzar gloria. Por tanto, bendíceme por cada cruz que Yo te doy, agradéceme las cruces de tu vida. Míralas como un don de Amor de Dios a ti”.

9-V-2008 (Virgen): “Sí, entre vosotros, los hombres, estáis más unidos de lo que creéis. Yo os pongo en relación unos con otros para que os procuréis vuestro bien. ¡Cuánta gente te agradecerá, Marga, en el Cielo el que tú fueras fiel a este Don!”.