domingo, 1 de junio de 2014

La Ascensión del Señor

Mañana celebraremos la Solemnidad de la Ascensión del Señor a los Cielos. Así, con la Ascensión, se concluye el Misterio Pascual de Jesús (Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión). Cristo se va a la Diestra de Dios Padre y, al mismo tiempo, se queda con nosotros, con una nueva forma de presencia.


Los discípulos, después de ser testigos de la Ascensión del Señor a los Cielos, vuelven a Jerusalén llenos de gozo. ¿Cómo se explica esa alegría que los invade después de una despedida que debería de haber sido dolorosa para ellos? La explicación está en la convicción de que Jesús ahora estaba aún más cerca de ellos. Antes podía oír su voz, ver su figura, sentir su afecto. Pero ahora experimentan una presencia mucho más fuerte, de tipo espiritual.

Los discípulos no quedaron desconcertados y tristes, sino llenos de alegría. No se sienten abandonados. Evidentemente, están seguros de una presencia nueva de Jesús. Están seguros de que el Resucitado (como Él mismo había dicho, según Mateo), está presente entre ellos, precisamente ahora, de una manera nueva y poderosa. La «ascensión» no es un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan con tal fuerza que les produce una alegría duradera.

En los Hechos de los Apóstoles la marcha de Jesús viene precedida por un coloquio con los discípulos. A la idea de un futuro reino davídico Jesús contrapone una promesa y una encomienda. La promesa es que estarán llenos de la fuerza del Espíritu Santo; la encomienda consiste en que deberán ser sus testigos hasta los confines del mundo. El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y –fundándose en eso– contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo.

“En este contexto se inserta luego la mención de la nube que lo envuelve y lo oculta a sus ojos. La nube nos recuerda el momento de la transfiguración, en que una nube luminosa se posa sobre Jesús y sobre los discípulos (cf. Mt 17, 5; Mc 9, 7; Lc 9, 34s). Nos recuerda la hora del encuentro entre María y el mensajero de Dios, Gabriel, el cual le anuncia que el poder del Altísimo la «cubrirá con su sombra» (Lc 1, 35). Nos hace pensar en la tienda sagrada del Señor en la Antigua Alianza, en la cual la nube es la señal de la presencia de JHWH (cf. Ex 40, 34s), que, también en forma de nube, va delante de Israel durante su peregrinación por el desierto (cf. Ex 13, 21s). La observación sobre la nube tiene un carácter claramente teológico. Presenta la desaparición de Jesús no como un viaje hacia las estrellas, sino como un entrar en el misterio de Dios. Con eso se alude a un orden de magnitud completamente diferente, a otra dimensión del ser” (Benedicto XVI, Jesús de Nazareth III).

 La presencia de Dios no es espacial, sino divina. Estar «sentado a la derecha de Dios» significa participar en la soberanía propia de Dios sobre todo espacio. Jesús  «no se ha marchado», sino que, en virtud del mismo poder de Dios, ahora está siempre presente junto a nosotros y por nosotros. En los discursos de despedida en el Evangelio de Juan, Jesús dice precisamente esto a sus discípulos: «Me voy y vuelvo a vuestro lado» (Jn 14, 28). Puesto que Jesús está junto al Padre, no está lejos, sino cerca de nosotros. Ahora ya no se encuentra en un solo lugar del mundo, como antes de la «ascensión»; con su poder que supera todo espacio, Él no está ahora en un solo sitio, sino que está presente al lado de todos, y todos lo pueden invocar en todo lugar y a lo largo de la historia.

La presencia junto al Padre es una garantía de nuestro “endiosamiento” definitivo. Cfr. la Oración Colecta del día de la Ascensión: “Llena, Señor, nuestro corazón de gratitud y de alegría por la gloriosa ascensión de tu Hijo, ya que su triunfo es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, nuestra cabeza, tenemos la esperanza cierta de llegar nosotros, que somos su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo”. Y también el prefacio I de la Ascensión: “No se ha ido para desentenderse de este mundo, sino que ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino”.

En este sentido, el cielo no es un lugar que está por encima de las estrellas, es algo mucho más importante: es el lugar que el hombre tiene junto a Dios. El cielo no es un lugar, sino una persona, la persona de aquel en quien Dios y el hombre están unidos para siempre e inseparablemente. Nos dirigimos y entramos en el cielo en la medida en que nos dirigimos y entramos en Jesús.

El cielo está en camino hacia nosotros y cada lucha, cada vencimiento, cada acto de amor nos acerca más al Amor de Dios que viene y llegará definitivamente cuando todo el mal haya pasado, después de la muerte.

Cuando Cristo entra enteramente en el amor del Padre, también regresa junto a nosotros, donde quiera que esté el amor del Padre: «Mira que estoy a la puerta y llamo: Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré con él y cenaré con él y él conmigo» (Apoc 3, 20).

Los Apóstoles regresan a Jerusalén llenos de alegría porque Cristo, en el Espíritu Santo prometido, estará presente en ellos. Todo esto a condición de que cada uno se incorpore a Cristo por medio de la Cruz por la que Cristo fue “elevado”.

«Consolaos vosotros que sois carne y sangre: pues en Cristo habéis tomado posesión del cielo y del reino de Dios» (Tertuliano, De Car Chr 17).

El triunfo de Cristo no se completó en la Resurrección, sino en su Ascensión ad dexteram Patris, que ha de ser también objeto de honda meditación: quæ sursum sunt quærite, ubi Christus est in dextera Dei sedens (Col 3, 1).

La Ascensión es el momento que marca la espera del Espíritu Santo, junto a María. Es el momento de buscar lo que debe ser siempre lo primero y más radical en la Iglesia: la oración.

En muchas pinturas antiguas se ve como los discípulos se cogen de los pies de Jesús al subir a los Cielos. Y los padres de la Iglesia dicen que en la oración es donde nos cogemos de los pies del Señor. Pero Jesús nos recuerda, en la oración, que el camino es la humildad, el reconocer que "sin mí nada podéis hacer". Si queremos “subir” con Cristo, lo que tenemos que hacer es imitarle en su abajamiento, inclinarnos ante los demás y lavarnos los piés los unos a los otros (exemplum dedi vobis).

El Espíritu Santo hará posible, en todos y cada uno de los hombres, a lo largo de la historia, que la vida de Cristo se haga presente. Por el Espíritu Santo, se hace posible también la presencia eucarística y el nacimiento de la Iglesia.

María nos ayudará a alegrarnos con la Ascensión de su Hijo y a buscar nuestra conversación en los Cielos; a buscar y saborear las cosas de arriba y a saber hacerlo a través de la vida ordinaria, en las cosas pequeñas de aquí abajo.

Ahora, transcribimos un mensaje de la Virgen a Marga, del 17 de mayo de 2007
Virgen:
El Camino que debéis emprender ahora es un Camino de Cruz. Esa Cruz es de Alegría. Porque veis que están prontos los días, y se acercan, de vuestra liberación. ¡Alegraos y regocijaos! El Señor está próximo a venir. Se acercan los días, y en ellos estamos, de la Purificación. La Gran Purificación de la tierra, del hombre sobre la tierra. Permaneced muy unidos y todos en el redil. Afuera está el Lobo, hambriento, que busca el menor descuido de la oveja para hincarle el diente y, a grandes dentelladas, destrozarla.
No por eso tenéis que tener miedo a salir afuera y tratar con la gente para atraerlas a Mí. No estoy diciendo esto.
El Sagrado Corazón de Jesús es el Monte donde está mi Refugio, mi Inmaculado Corazón. Subid a este monte y permaneced en él. Es el Monte Carmelo. Vida de ascensión y sacrificio, de oración constante y contemplación, la más subida. Es la Vía Dolorosa, porque Yo he querido venir a compartir con vosotros vuestro camino al Calvario. La Madre Dolorosa está con vosotros: meditad en la Pasión de Jesús. Porque la Pasión es vuestras vidas. La Pasión se ha convertido en vida diaria. ¡Pero no quiero que sea una Pasión triste! ¡Vosotros sabéis que ha Resucitado y que os resucitará juntamente con Él! Sabéis que a su Iglesia, ¡Él la resucitará!
Queridos, se acerca el momento más cruento de la Pasión para vuestra Nación Española.
Mamá, ¿es más cruento que la guerra civil? [palabras de Marga]
Sí. ¿No ves al ser humano lleno de más odio y el odio extendido por doquier? El odio es mayor que en el 36. Porque de donde se expulsaron siete demonios, si no se está atento, vienen a invadirles siete más (cfr. Lc 11,24-26; Mt 12,43-45). Es más cruento y mayor el odio porque hay demonios viviendo entre nosotros. No son sólo hombres. Observa los arrebatos de violencia imposibles de controlar. No es más la persona, para venir a ocupar su lugar Satanás.
María, pero ante esto Tú no nos puedes dejar solos [palabras de Marga].
No os dejo solos. No lo hago. Conmigo estáis. Estáis con los Ángeles y Santos de hoy (nota a pie de página: Los Santos que hoy están en el Cielo, que son más que antes) con las Almas del Purgatorio, estáis con Dios, en definitiva, con su Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Observa, observarás y miraréis aterrados cómo hombres se matan entre ellos. No me refiero sólo a guerras. En lo cotidiano. La persona aparentemente normal, pero entregada a Satanás, dominará por el odio y la violencia a otros.
¿Y nosotros? ¿Qué hacemos? [palabras de Marga]
Mirad: no salgáis a la calle nunca sin un objeto bendecido. No estéis ni un minuto en pecado mortal y limpiad muy a menudo vuestros pecados veniales, corregid vuestras faltas. En vuestras casas tened los objetos bendecidos y el agua bendita. Hay asaltos de Satanás. Derrotadle así Conmigo.
Invocad mucho a San Miguel cuando tengáis esa especie de parálisis para hacer las cosas santas y la Voluntad de Dios. Satanás envuelve con una especie de acedia y amodorra a la hora de emprender vuestros deberes y la oración.
Si vosotros tenéis algún ataque de estos, sacad el crucifijo, sacad el Rosario: Satanás no puede acercarse.
Mamá, veo peligro hasta el ir por la calle [palabras de Marga].
Sí lo será. Vosotros estáis marcados con la Cruz. No lleváis la señal del Anticristo.
Entonces no podremos ni salir [palabras de Marga].
        No, no... eso no es lo que quiero. Lo que quiero es que estéis prevenidos y os protejáis. Lo que quiero es que no temáis. Que os sepáis protegidos. No tengáis miedo aunque veáis que todas estas cosas suceden. No, no os quiero temerosos. No..., no..., no..., no.




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