sábado, 21 de junio de 2014

Corpus Christi 2014

En muchos lugares del mundo la Solemnidad del Corpus Christi se traslada del jueves al domingo. Antiguamente, existía la octava del Corpus, con Exposición Solemne del Santísimo hasta la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, que celebraremos el próximo viernes.


Por lo tanto, estos próximos días, son una magnífica ocasión para pedirle al Señor que nos conceda una fe mayor y más fuerte, para saber adorarle en la Eucaristía cómo Él se merece.

Siempre nos quedaremos cortos en el intento. La Eucaristía es un gran Misterio de Amor. ¡Qué pena que en tantos Sagrarios de la tierra el Señor se encuentre sólo! ¡Qué pena que seamos tan insensibles los hombres de nuestra época! Pero estos sentimientos, que es lógico que los tengamos al ver tanta indiferencia, a nuestro alrededor, por la Eucaristía, no se deben quedar en un lamento estéril. Cada uno de nosotros podemos tratar de suplir con más amor la carencia de fe que hay actualmente.

San Josemaría Escrivá de Balaguer, en febrero de 1932, cuando muchos se dedicaban a quemar iglesias y conventos en Madrid, él escribía el siguiente propósito: “Jesús, que cada incendio sacrílego aumente mi incendio de Amor y Reparación”.

En vez de quejarnos porque las cosas van mal, vamos a reparar con oración, adoración, amor cada vez mayor a la Eucaristía.

En estos días podemos repetir con frecuencia al Señor la cuarta petición del Padre Nuestro: “danos hoy nuestro pan de cada día”.

Benedicto XVI hace una interesante reflexión, al respecto. Nos dice que esa expresión —“pan de cada día”, en griego (epiousios)—, en realidad se debería traducir por “el pan del mundo venidero”, es decir, el pan eucarístico, pues a través de la Eucaristía, en la que recibimos a Cristo Glorioso, el Cielo llega a nosotros, por adelantado. El mañana de Dios viene hoy e introduce el mundo del mañana en el mundo de hoy.

Una antífona atribuida a santo Tomás de Aquino (O sacrum convivium) define la Eucaristía como el sagra­do convite, en el que «se recibe a Cristo, se celebra la memoria de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da a nosotros la pren­da de la gloria futura». Pasado, presente y futuro están igualmente representados en la Eucaristía.

La Eucaristía es el “Pan de los Ángeles” (panis angelorum), es “Pan de los que caminan” (cibus viatorum) (cfr. Secuencia del Corpus Christi). Desde el principio, los primeros cristianos la recibían con sumo respeto, con limpieza interior y exterior.

Por ejemplo, San Justino, mártir, en una de sus Apologías, escrita a mediados del siglo II, decía: “A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran pan común o una bebida ordinaria; sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación de la misma manera, hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne, la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó”.

En estos días en que tratamos de descubrir, una vez más, la riqueza y el gran Don que hemos recibido en la Eucaristía, nos puede ayudar una consideración que hace Benedicto XVI a propósito de la cercanía de Dios con los hombres (cfr. Homilía durante la Misa con sus exalumnos, Castelgandolfo, 2 de septiembre de 2012).

“La Iglesia ha puesto las palabras del Deuteronomio —«¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?» (4, 7)— en el centro del Oficio divino del Corpus Christi, y así le ha dado un nuevo significado: ¿dónde hay un pueblo que tenga a su dios tan cercano como nuestro Dios lo está a nosotros? En la Eucaristía esto se ha convertido en plena realidad. Ciertamente, no es sólo un aspecto exterior: alguien puede estar cerca del Sagrario y, al mismo tiempo, estar lejos del Dios vivo. Lo que cuenta es la cercanía interior. Dios se ha hecho tan cercano a nosotros que él mismo es un hombre: esto nos debe desconcertar y sorprender siempre de nuevo. Él está tan cerca que es uno de nosotros. Conoce al ser humano, conoce el «sabor» del ser humano, lo conoce desde dentro, lo ha experimentado con sus alegrías y sus sufrimientos. Como hombre, está cerca de mí, está «al alcance de mi voz»; está tan cerca de mí que me escucha; y yo puedo saber que me oye y me escucha, aunque tal vez no como yo me lo imagino”.

El 6 de enero de 2010, el ceremoniero de Benedicto XVI, Guido Marini, escribía las siguientes palabras, en relación con la actitud de adoración que es necesario tener delante de la Eucaristía:

Todo en el acto litúrgico, pasando por la nobleza, la belleza, y la armonía del signo exterior, debe ser conducida a la adoración, a la unión con Dios: esto incluye la música, el canto, los periodos de silencio, la manera de proclamar la Palabra del Señor, y la manera de orar, los gestos empleados, las vestiduras litúrgicas y los vasos sagrados y otros accesorios, tanto como el sagrado edificio en su totalidad. Es bajo esta perspectiva que la decisión de Su Santidad, Benedicto XVI, debe ser tomada en consideración, quien, comenzando en la fiesta del Corpus Christi el año pasado, ha comenzado a distribuir la sagrada Comunión directamente en la lengua a los fieles arrodillados. Por el ejemplo de esta acción, el Santo Padre nos invita a hacer visible la propia actitud de adoración ante la grandeza del misterio de la presencia eucarística de nuestro Señor. Una actitud de adoración que debe ser nutrida tanto más al acercarse a la santísima Eucaristía en las otras formas permitidas hoy”.

La santa carmelita Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), martirizada en el campo de concentración de Auschwitz, cuenta en El misterio de la Navidad la impresión que le produjo 
—cuando todavía era judía de religión— ver a una mujer sola, rezando en una iglesia católica. Después de recorrer con su amiga Pauline la parte vieja de Frankfurt, entraron en la catedral… “… y mientras estábamos allí en respetuoso silencio, llegó una señora con su cesta del mercado y se arrodilló profundamente en un banco, para hacer después una breve oración. Esto fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes a las que había ido, se iba solamente para los oficios religiosos. Pero aquí, llegaba cualquiera, en medio de los trabajos diarios, a la iglesia vacía, como para un diálogo confidencial. Eso no lo he podido olvidar”.


En cierta ocasión, un periodista belga presentó a la Madre Teresa de Calcuta un cuestionario, para que lo contestara. Una de las preguntas era ésta: ‘¿Qué es lo más importante, a su juicio, en la formación de las monjas?’. “Lo más importante —respondió la Madre— es que tengan un amor hondo, personal, al Santísimo Sacramento, de tal forma que encuentren a Jesús en la Eucaristía. Así podrán encontrarlo también en el prójimo y servirlo en los pobres”.

En la cuarta visita de Juan Pablo II a México (1999), se colocó en la capilla de la Nunciatura un cuadro de Boticelli pintado en 1492 conseguido en préstamo por el nuncio mons. Justo Mullor. Al ver salir al Papa de la capilla, le preguntó si el cuadro que representaba a san Giovannino le había gustado. Juan Pablo II, casi extrañado, con una de sus sonrisas insinuantes, le dijo: “«No he entrado a la capilla por el Boticelli, sino por el tabernáculo, que es más valioso que cualquier museo!». Monseñor Mullor recuerda que fue una gran lección la que le dio en ese momento el Papa.

Y, para terminar, copiamos un mensaje de Jesús a Marga (ver página sobre el Tomo Rojo y el Tomo Azul):

Mensaje del 22 de junio de 2003

(Corpus)

Jesús: (Desde la Custodia en un Altar)

¡Magdalena!, ¡María!: Derrama tu aceite oloroso, derrama tu aceite y tu perfume a mis pies, porque mira al Dueño de la Casa expulsado de su Tabernáculo y que en su lugar levantan un templo al Impío. Derrama tú tus perfumes y tus aceites a mis pies, y consuélame de las ingratitudes de tantos y tantos pecadores. Especialmente de los que se acercarán hoy a comulgar y lo harán en estado de pecado, comiendo su propia condenación. De los que hoy me seguirán en procesión, pero su corazón está lejos de Mí, siguen su propia condenación.

Corpus Christi, Corpus Christi: el Cuerpo de Cristo. ¿Cuántos se acordarán de Mí? De honrarme y venerarme, de adorarme, ¿cuántos?

Caridad fraterna, «Día de la Caridad fraterna». Diles, niña, que esto es imposible si no se acuerdan de Mí, de la Caridad filial hacia Mí. Hoy tampoco se acordarán de ellos, puesto que no se acuerdan de Mí.

Empezad por lo primero (Yo), para poder llegar a lo segundo (ellos). ¿Cómo acordarse del hermano si no se acuerda uno de Dios?

Honradme, amadme, veneradme. Adoradme.

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