sábado, 18 de enero de 2014

Todos unidos en Cristo

En el Segundo Domingo del Tiempo Ordinario, todas las lecturas de la Misa se centran en Jesucristo. No podía ser de otra forma. La Sagrada Escritura está toda centrada en Cristo, tanto el Nuevo como el Antiguo Testamento. Sin embargo, en este próximo domingo, este hecho fundamental de nuestra fe (la centralidad en Cristo) se manifiesta de una manera patente.


La Primea Lectura, tomada del Profeta Isaías, trata sobre el Siervo de Yahvé, el Elegido de Dios, que es Luz de las Naciones. En parte, las palabras de este texto se refieren al mismo Isaías pero, sobre todo, se refieren a Cristo.

El Salmo Responsorial es un canto de confianza en Dios. Tiene su máximo sentido cuando se lee desde Cristo, siendo el Señor el que dirige su oración a su Padre Celestial.

La Segunda Lectura, de San Pablo, es una confesión del Apóstol y una declaración maravillosa de que toda su vida está centrada en Cristo, desde su llamada a ser apóstol, en Cristo y por Cristo, hasta la misión que llena toda su vida: anunciar a Cristo a las naciones.

Benedicto XVI, en su catequesis del 8 de noviembre de 2006, se hace dos preguntas que nos parecen de la máxima importancia para nuestra vida: ¿Cómo se produce el encuentro de un ser humano con Cristo?, y ¿En qué consiste la relación, entre Dios y el hombre, que se deriva de ese encuentro?

El Papa respondía a la primera pregunta con una sola palabra: fe. Efectivamente, nuestro encuentro con Cristo es por medio de la fe. No lo vemos, no lo tocamos, no experimentamos su presencia física. Sin embargo, por la fe, por la seguridad plena que nos da la fe, podemos poner el fundamento de toda nuestra vida en Cristo, como lo hace San Pablo: “vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amo y se entregó por mí” (Gal, 2 20).

Pero, una vez conocido el fundamento de nuestra relación con Cristo, ahora nos tenemos que preguntar ¿cómo nos relacionamos con Él?

Benedicto XVI responde que hay dos momentos de nuestra relación con Cristo: la humildad y la alegría.
En primer lugar, la humildad. Antes que nada, hemos de reconocer a Cristo como a nuestro Dios y Señor, y manifestarle nuestra adoración, alabanza, respeto, y también santo temor. El temor a Dios no es miedo hacia Él, sino miedo y temor de ofenderle, de alejarnos de Él por el pecado.

Para esta primera actitud se necesita la humildad, que nos hace reconocer la grandeza de Dios y nuestra pequeñez; y que también nos da conciencia de nuestra indignidad y de la necesidad de pedir perdón al Señor porque, con nuestros pecados, hemos contribuido a los sufrimientos de su Pasión y de su Muerte.
Así es como somos bautizados en la muerte de Cristo. Especialmente por el Bautismo y por la Penitencia vivimos sacramentalmente esta primera dimensión de nuestra relación con Cristo: morir con Él, para luego resucitar con Él.

El orgullo del hombre impide que pueda ser bautizado con el Fuego del Espíritu Santo. Una persona verdaderamente humilde nunca se enorgullecerá de los dones que ha recibido, ni presumirá de su talento, santidad o humildad. Es necesario someter nuestra voluntad a la de Dios. Solamente así se puede recibir el Don del Espíritu Santo  (cfr. MDM, mensaje del 5 ene 2014).

La segunda dimensión o momento de nuestra relación con Cristo es la alegría, el gozo inmenso de sabernos amados por Él; de saber que ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho hijos del Padre y herederos de la Gloria.

Esta dimensión de la vida cristiana se manifiesta en el agradecimiento. Como dice San Josemaría Escrivá de Balaguer en la octava estación de su “Via Crucis”, “¡qué poco es una vida para reparar!”. Nosotros podríamos decir también: ¡que corta es la vida para convertirla en una continua acción de gracias!

Y la mejor manera de agradecer a Jesús todo su Amor es participar gozosamente en la Santa Misa. La palabra Eucaristía, griega, se traduce al castellano por Acción de Gracias. Por otra parte, el mejor ejemplo de acción de gracias a Dios lo tenemos en Nuestra Madre, que en casa de Isabel entona un Cántico de agradecimiento y humildad, el Magnificat, que será siempre un modelo acabado de oración. 

Hoy comienza el Octavario para la Unidad de los Cristianos. El día 25 de enero celebraremos la fiesta de la Conversión de San Pablo. Toda la Iglesia reza por la unidad de todos los que creemos en Cristo. Esto precisamente es lo que nos une: nuestra fe en Cristo; nuestra convicción profunda de que “de hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hech 4, 12).

Terminamos nuestra reflexión de hoy con las palabras de Juan el Bautista, en su encuentro con Cristo (Evangelio de la Misa): “Yo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios”. “Este es quien bautiza en el Espíritu” (Jn 1, 33.34).

Nosotros también queremos dar testimonio de nuestra fe en Cristo. Durante estos días podemos tener en cuenta algunas consideraciones que hacía la teóloga alemana Jutta Burggraf el 15 de enero de 2007, a propósito del ecumenismo.

El ecumenismo no es una cuestión de doctrina teológica ni de colaboración pastoral, sino de oración y de caridad”. 

“La esperada unidad no será un producto de nuestras fuerzas, sino «un don que viene de lo alto». Su verdadero protagonista es el Espíritu Santo, quien nos conduce, por los caminos que quiere, hacia la madurez cristiana”.

En la oración encontramos sobre todo a Dios, pero de manera especial también a los demás. Cuando rezo por alguien, le veo a través de otros ojos, ya no con aquellos llenos de sospecha o de ánimo de control, sino con los ojos de Dios. De esta manera, puedo descubrir lo bueno en cada persona, en cada planteamiento. Dejo aparte mis prejuicios y comienzo a sentir simpatía por el otro”.

Rezar significa, purificar el propio corazón, para que el otro verdaderamente pueda tener sitio dentro de él. Si tengo prejuicios o recelos, cualquiera que entre en ese recinto recibirá un golpe rudo. Tenemos que crear un lugar para los demás en nuestro interior. Tenemos que ofrecerles nuestro corazón como lugar hospitalario, donde puedan encontrar mucho respeto y comprensión”.

“Podemos estar seguros de que una persona contribuye más a la unidad de la Iglesia cuando procura transmitir el amor de Dios a los demás, que cuando se dedica a los diálogos teológicos más eruditos con un corazón frío”.

Amemos siempre a los demás, incluso con sus faltas, tal como los ama Cristo. Cuando miremos a nuestros hermanos, hagámoslo a través de los ojos de Jesús. Mostremos compasión a todos los que nos desagradas, nos ofenden o nos hacen algún daño, pues Jesucristo nos ama a todos. Si amamos al Señor también manifestaremos nuestro amor a todos los que se pongan en contacto con nosotros. El amor es contagioso, porque viene de Dios. Sólo el bien puede venir del amor (cfr. MDM, mensaje del 9 ene 2014). 

1 comentario:

  1. Lastima que ya no se publican las recopilaciones de los mensajes de los vidente, creo que es ahora cuando falta poco para el "AVISO" cuando mas necesarios son las distinas recomendaciones y mensajes ademas de la importancia de la divulgacion de los mismos http://despiertaalnuevoorden2012.blogspot.com.es/2013/12/Bebes-europeos-deberan-llevar-microchips-obligatorio-a-partir-del-2014.html esta noticia es muy importante, aunque no a sido divulgada por los medios de comunicacion, muy bien podria ser este "EL SELLO DE LA BESTIA".

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